martes, enero 14, 2025

«La gran mayoría de la gente es buena»

Obra de Didier Lourenço

Contraviniendo la idea generalizada de que el ser humano es egoísta e insolidario por naturaleza, el pensador Rutger Bregman en su ensayo Dignos de ser humanos postula una idea ubicada justo en las antípodas: «La gran mayoría de la gente es buena». Yendo todavía más allá agrega que «es una idea fundamentada empíricamente por casi todos los campos de la ciencia, corroborada por la evolución y confirmada por los hechos en la vida cotidiana».  La mayoría de las personas alberga una naturalizada inclinación hacia el bien. Resulta pertinente preguntarse por qué entonces guardamos una visión tan intensamente aversiva de nuestros semejantes. ¿Por qué asentimos cuando leemos a Hobbes afirmar que el ser humano es un lobo para el ser humano y nos pertrechamos sin dudarlo de su pesimismo antropológico? ¿Por qué nos adherimos a Richard Dawinks y su tesis del gen egoísta extrapolándola a la vida humana y a una noción neoliberal de darwinismo social, cuando sin embargo hay abrumadoras muestras de que nos comportamos con nuestros semejantes de un modo colaborador, equitativo y desinteresado?  ¿Por qué defendemos indiscutidamente estar forjados por una esencia que nos imanta al mal?

Resulta un ejercicio muy estimulante elucidar cuál es el motivo de tener un concepto tan desfavorable del ser humano. La respuesta es multifactorial, aunque la escritora Rebecca Solnit ofrece una reveladora contestación señalando precisamente a quienes suelen ser los prescriptores de este pesimismo: «El pánico de la élite (a la gente) se debe a que los más poderosos tienen una imagen de la humanidad basada en cómo se perciben ellos mismos». A mí me produce perplejidad que se admita acríticamente una idea sombría del ser humano a pesar de que nuestras acciones y las de los demás las desdicen en la reproducibilidad del día a día. Provoca extrañeza corroborar cómo casi todas las personas tienen una imagen valiosa de sí mismas, pero cuando se les pregunta por las demás, sobre todo por las personas con las que no tienen contacto alguno, propenden a señalarlas con adjetivos descalificativos. Sintetizado con lenguaje coloquial. Afirmamos que la personas son egoístas, pero ese epíteto desaparece cuando hablamos de la nuestra. A quienes me hablan de lo miserables que somos las personas les pregunto si ellas lo son, y siempre me encuentro con una respuesta negativa. Casi todas se consideran más o menos buenas, e incluyen a las del círculo de proximidad con quienes mantienen lazos de afecto y aprecio, pero estiman al resto rotundamente malas. 

Rutger Bregman se pregunta por qué cometemos este aparatoso error de percepción. Teoriza que nuestra imagen negativa del ser humano es un nocebo, esto es, que si creemos que los seres humanos son malos, los trataremos como si lo fueran, lo que hará que las relaciones sean malas y legitimen nuestra idea de que las personas también lo son. Pura profecía autocumplida y puro sesgo de confirmación. Lo que buscamos con denuedo lo encontramos por todas partes, sobre todo si valida una idea maliciosa. También colaboran a esta distorsión perceptiva del ser humano las noticias y su fijación por dar cobertura a hechos muy llamativos de cariz aciago. Toda la belleza de nuestro derredor con la que es obsequiada la mirada atenta se omite en las informaciones al considerarla de nulo interés mediático. Se nos olvida que las noticias lo son por su condición de excepcionales, pero al verlas todos los días traducimos erróneamente lo inusual en frecuente. Creemos que las noticias nos aproximan a la realidad, cuando lo que hacen es distanciarnos de ella. Los emporios tecnológicos y los medios de comunicación tradicionales son proclives a la espectacularización y estetización del mal. Existe una apabullante mayoría de noticias con tendencia a lo dramático y luctuoso en las que el ser humano se presenta como una criatura miserable e impertérrita ante el daño que depredadoramente aflige a sus semejantes. Por supuesto, los relatos ficcionales recogen esta propensión y la centuplican, y no hay día en el que no se emitan infinidad de películas en la que la gente es muy malvada y mata con enconada dedicación a quienes se encuentran por delante. Tanto las noticias como los relatos ficcionales se alimentan del sesgo de negatividad que hace que nos afecte más un incidente malévolo que uno bondadoso. Y por si todo esto fuera poco distorsionante, cuando nos informamos nos secuestra una explosiva pereza porcentual que inadvierte que por cada suceso acivilizatorio concurren millones de interacciones afables y cuidadosas, lazos de cooperación y altruismo que embellecen la biografía humana. Convertimos una noticia en una forma de leer el mundo exenta de porcentajes y probabilidades estadísticas. Un auténtico dislate.

Las personas nos conducimos por la reciprocación. Cuando los contextos son mínimamente benévolos, tratamos a los demás como nos tratan a nosotros, con una particularidad que conviene subrayar y que enfatiza nuestra predisposición a actuar de un modo que consideramos encomiable. A quien nos trata bien le tratamos bien, pero a quien nos trata mal no solemos tratarle mal, sino que propendemos a retirarle nuestra amistad o le denegamos en la medida de nuestras posibilidades la reiteración de contacto. Tratar bien a los demás nos hace sentirnos bien, lo que a su vez favorece que les tratemos bien, tanto a las personas próximas como a aquellas con quienes el azar nos hace interaccionar. Los informativos deberían abrir todos los días sus cabeceras con esta maravillosa noticia. Hacer el bien nos sienta bien. Me parece un lema precioso para empezar el nuevo año. 


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