Obra de Javier Arizabalo |
Hace unas semanas pedí a los alumnos de mi
clase del Especialista en Mediación de la Universidad Pablo de Olavide que escribieran de forma anónima en un papel los dos o tres grandes
deseos que anhelaban para sus vidas. Estaba desentrañando la genealogía de nuestros sentimientos sociales y quería
demostrar que, al margen del contenido personal, siempre podemos clasificar nuestros deseos en una de las siguientes tres categorías, o hibridarlos en las tres. El ser
humano desea la supervivencia material y el equilibrio en los balances de su economía psíquica, conectividad social y una paulatina ampliación de sus posibilidades en los ámbitos en los que se desenvuelven sus capacidades. Cuando leímos los deseos de los alumnos
todos encajaban en alguna de estas divisiones, sobre todo en la última. Todos
querían extender sus posibilidades. La posibilidad es aquello que aún no existe, pero que puede hacerlo si se alinean unas condiciones concretas. Se trata de una circunstancia,
situación o estado que quizá pueda realizarse y encarnarse en un hecho o en un
acontecimiento real, aunque se acompaña de la incertidumbre de que finalmente no sea
así. No deja de ser paradójico que la posibilidad sea lo contrario a la
realidad, pero es la que incuba en ella nuevas realidades.
Si algún atributo caracteriza al
ser humano por encima de todos los demás es su condición de proyecto, de
posibilidad, de entidad que se va modelando según sus intereses y las
eventualidades que es capaz de soslayar a lo largo de su biografía. Esta singularidad permite definir al ser humano como el animal que siempre se está haciendo. Blaise Pascal señaló con mucha perspicacia que una hormiga y una abeja están llevando a cabo en este preciso instante lo mismo que una
hormiga y una abeja de hace catorce o quince siglos. Su determinismo biólogico
es tan férreo que no han podido desatarse de él. Sin embargo, cualquiera de
nosotros mantiene disimilitudes gigantescas con cualquier persona que habitara
el mundo hace unas décadas. El ser humano está sujeto parcialmente al
sino biológico (nace, se desarrolla, a veces se reproduce y muere), pero a lo
largo de este itinerario es capaz de transmutar la realidad y transmutarse así
mismo. Como escribió el renacentista Pico de la Mirandola en su Elogio de la Dignidad, el ser humano
es el arquitecto de su propia vida. Es
autónomo porque en el marco de su determinismo biológico puede cambiar el contenido de su
vida y su entorno en función de sus intereses. Las personas formamos un binomio de biología y
biografía, naturaleza y cultura, genes y memes. Podemos escoger, valorar, optar. Vivimos
tanto en la posibilidad como en la realidad. Es algo tan radicalmente humano que probablemente pase inadvertido para todos nosotros. Una vez más padecemos una miopía severa para lo increíble.
Hemos inventado el futuro para que el presente tenga un sitio a dónde
ir. Aristóteles hablaba de esto mismo pero de un modo más
abstruso cuando explicaba que estamos pasando de la potencia al acto. Es decir,
estamos intentado colmar posibilidades. Cuando se ha acusado a los ciudadanos de
provocar la crisis financiera aduciendo que «hemos vivido por encima de
nuestras posibilidades» se está anatematizando nuestro anhelo de hacer posible lo
posible. Por estricta definición, nadie puede vivir por encima de sus posibilidades, porque si las hace reales abandonan su rango de posibilidad. Las entidades crediticias fijaron el tamaño de las posibilidades que podían hacerse reales al
decretar las condiciones de quién podía ser su prestatario. Karl Popper popularizó el aforismo
«vivimos en el mejor de los mundos posibles». Se trata de una falacia que sin
embargo ha cosechado muchos adeptos. Como el ser humano se está haciendo
siempre, el deseo innato de amplificar posibilidades le recluye en una paradoja tremendamente
curiosa. El ser humano jamás vivirá en el mejor de los mundos posibles. Siempre
existirá la posibilidad de que el mundo sea mejor. No es ocioso recordar que esta posibilidad es exclusiva para todos aquellos que estén vivos.
Porque en este enjambre de posibilidades que somos cada uno de nosotros, no
podemos olvidarnos de la posibilidad que imposibilita todas nuestras
posibilidades. Cuando la muerte nos cancela como proyecto, se acabaron todas
las posibilidades para nosotros. Serán
nuestros descendientes los que tomen prestado nuestro legado y hagan lo propio
con los que lleguen después. Esta biológica rueda de agregación produce la cultura y la mutación del mundo humano. Esta es la quintaesencia de ese mundo que llamamos civilización.
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