Obra de Gabriel Schmitz |
Mañana miércoles 25 de noviembre es el Día contra la Violencia de Género 2020. Sé que esta violencia alberga unas singularidades que he tratado de explicar en otros artículos, aunque siempre que se habla de violencia inevitablemente pienso en la palabra elección. La violencia vincula con
elegir, y elegir es el verbo que fija sentido al sustantivo voluntad. Tener voluntad es tener la facultad de decidir y articular la conducta según nuestro criterio y nuestro mundo valorativo. Leyendo estos días el esclarecedor ensayo Pandemocracia,
del filósofo político Daniel Innerarity, me encuentro con una reflexión sobre la
libertad que resulta muy útil para entender los dinamismos tanto explícitos
como soterrados de la violencia: «La propia libertad de elegir está
condicionada por el hecho de que nadie tenga el poder de hacer imposible esa
capacidad». Detentar esa capacidad de amputar la elección a un ser humano es la
quintaesencia de la violencia. En la lectura del libro de Javier López Alós Crítica de la razón precaria (Premio de
Ensayo Catarata, 2019), me encontré en su momento con una sucinta definición de precariedad
que ayuda a comprender lo que ahora estoy intentado explicar: «la precariedad es aquella
condición vital que cancela la posibilidad de negarse a algo. Visto así,
precario es quien no puede decir que no». Si alguien no puede decir que no es
porque en la ecuación existe otro actor que propone a sabiendas algo injusto, y lo oferta porque sabe que su receptor tendrá que aceptarlo irremediablemente porque fuera de esa propuesta no dispone de nada mejor a lo que acogerse. Es fácil utilizar un argumento similar para definir
la violencia: «Violencia es no poder decir no». Este enunciado resulta
atractivo por su brevedad, aunque le falta un matiz que enlaza con la
ponderación anterior: «Violencia es no poder decir no a algo injusto».
En la violencia la propuesta que no se puede declinar no es una propuesta cualquiera, sino
algún tipo de proposición que se aprovecha de la precariedad del destinatario, de alguna de sus debilidades, de su dependencia económica, de su ignorancia hermenéutica, de su desesperación, de la amenaza de sufrir daño, o del miedo a ser introducido en
escenarios todavía peores que en los que se encuentra. Traficar con la
iniquidad, con el perjuicio ajeno, con su sufrimiento, con las lógicas del amedrentamiento, es connatural a la violencia. Hace ya unos cuantos años tuve que
definir violencia para unos manuales de un curso universitario. Mi definición
se propuso abarcar todas las violencias, tanto las sibilinas y subterráneas
como las más palmarias y flagrantes: «Violencia es todo acto encaminado a
doblegar la voluntad de un tercero sin el concurso del diálogo con el fin de
perjudicarlo». El violento detenta poder, aunque se trata de una noción de poder en su
magnitud más envilecida. Posee la capacidad de modificar la conducta de su víctima, pero no
la voluntad. Por eso la contraviene y actúa sin su consentimiento.
Octavio Paz susurró que la libertad consiste en el sublime instante en que
hay que elegir entre dos monosílabos, sí o no. Este enunciado tan hermoso se
puede invertir para entender qué es la violencia. Cuando no se puede elegir, o
decantarse por el no conlleva ser deportado a la periferia de los
mínimos, la cruda intemperie o la exclusión, entonces no hay libertad. El antónimo de la libertad es la necesidad (en la necesidad se cancela la
elección, porque lo necesario no se elige), y aprovecharse o mercantilizar esa
necesidad con propuestas que supuran iniquidad, dominación, explotación, opresión,
alienación, es violencia. Inconmensurables cantidades de violencia. El ser
humano se consideró a sí mismo dotado de dignidad porque percibió que poseía
autonomía, se podía dar leyes con la que regir el devenir de su vida, podía
decidir, optar, escoger, deliberar. Cuando estos verbos desaparecen de la cartografía
léxica de un ser humano, el ser humano es menos ser humano porque se suspende su
capacidad autodeterminadora. Está más cerca de un objeto que de un sujeto. He aquí la violencia. La abolición de la volición.