lunes, enero 26, 2015

La falacia del «yo soy así»



Uno de los automatismos más frecuentes a la hora de explicar nuestra conducta consiste en desgranar un exculpatorio «yo soy así». Este argumento intenta exonerar de responsabilidad al que lo enuncia. Autojustifica el comportamiento reprobable puesto que señala su origen en un foco sobre el que no se posee control, un innatismo que convierte a su heredero en víctima de una inercia que no puede sortear. «Yo soy así» consigna nuestra condición de entidades embalsamadas en un modelo del que no hay posibilidad de huida y que nos rebaja a meros damnificados por el destino. Evidentemente la realidad es muy distinta. «Yo soy así» es un argumento falaz aunque selectivo. Lo suelen esgrimir aquellos que han sido pillados en falta, nunca antes. Es cierto que las personas tenemos una dote de singularidades recibidas que es un misterio encriptado incluso para nosotros mismos. La recibimos genéticamente y no podemos hacer nada por variarla. Nuestro sexo, la estructura cerebral, el temperamento (la forma de ser y responder a los factores ambientales) no son elegidos. Sin embargo, conviene recordar que también tenemos carácter, que sí es aprendido. El carácter es la suma del temperamento y los hábitos adquiridos. Esos hábitos se pueden modificar y perfeccionar gracias a las enseñanzas que proporciona la vida, la vinculación comunitaria, el medioambiente social, las pautas culturales, el periplo educativo, el paisaje del tiempo en el que se incrusta nuestra existencia. Son reciclables y, aunque están muy condicionados por el entorno, dependen de nuestra elección.

Y finalmente tenemos una personalidad concreta que nos hace diferentes a todos los demás. La personalidad es la articulación entre nuestro temperamento y nuestro carácter más el diseño organizado de deseos y metas que dirigen nuestra energía en una dirección en detrimento de todas los demás. A pesar de que la personalidad es irrevocablemente personal, nuestra condición de seres vinculados a otros seres hace que en su construcción intervengan muchas personas que adquieren el rango de copartícipes de nosotros mismos. La personalidad se puede aprender y por tanto se puede cultivar gracias a la construcción de un proyecto, esa ficción en la que invertimos nuestros recursos para que deje de serlo y de la que surgirán nuevas ficciones que irán esculpiendo la persona que estamos siendo a cada instante. La personalidad es una tarea ligada a la capacidad autónoma de inventar fines que guíen nuestra vida y simultáneamente la definan. Sería imprudente negar que el azar cobra mucho protagonismo en nuestras vidas, pero también lo sería aceptar su omnipresencia incluso para escamotearnos la elección de un sí o un no en cuestiones muy sencillas que competen exclusivamente a nuestra voluntad. Ese pétreo e inmutable «yo soy así» es por tanto un  subterfugio para salir airoso de un comportamiento censurable. Se puede refutar de un modo sencillo. «Por supuesto que tu conducta es así, la acabo de contemplar. Y es así porque tú has aprendido a que sea así».



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viernes, enero 23, 2015

Pensando en Mediación (segunda entrega)

Aquí está la segunda entrega de la serie Pensando en Mediación. Se trata de una charla de miembros de la Escuela Sevillana de Mediación con diferentes invitados. La inauguraron los directores Javier Alés y Juan Diego Mata. En esta segunda ocasión me tocó a mí pasar por delante de las cámaras. En la grabación hablo con una adolescente profana en la materia, apenas sabe en qué consiste la negociación y la mediación. La charla gira en torno a varias ideas que suelo repetir a menudo tanto aquí en Suma No Cero como en cursos:  «La palabra es la distancia más corta entre dos cerebros que desean entenderse».«Que se peleen las palabras para que no se peleen las personas que las pronuncian». «Hablando se entiende la gente y a veces así tampoco». «La solución de cualquier conflicto es patrimonio exclusivo de la palabra. Se puede terminar de muchas maneras, pero sólo se puede solucionar de una». El vídeo se puede ver íntegramente haciendo click aquí.



miércoles, enero 21, 2015

Día Europeo de la Mediación



Hoy 21 de enero se celebra en Europa el Día de la Mediación. A mí me gusta definir la mediación como una negociación destinada a que dos partes  negocien entre ellas la satisfacción de sus intereses. Se puede afirmar que es un puente tendido hacia el diálogo como única estructura posible para trasvasar argumentos y abordar una solución compartida. Conviene subrayar aquí que el diálogo no es un medio, es la arquitectura biológica en la que se articulan las interrelaciones, el formato para fortalecer nuestra insoslayable condición de existencias vinculadas a otras existencias. El valor absoluto de la mediación reside en la utilización del diálogo como única vía posible para que las partes se den a sí mismas soluciones nacidas de su propia convicción. El cultivo de esta convicción entre los actores es con diferencia la aportación más resplandeciente de la mediación frente a otras fórmulas de resolución de conflictos, su más preciado estandarte a la hora de divulgarla y aplaudirla. El punto casi sacramentado de la mediación reside en esa convicción a la que se puede llegar cuando, gracias al diálogo, un corazón desea entenderse con otro a través de la inteligencia y la bondad. Nada que ver con la cacareada descongestión de la vía judicial, la reducción de costes emocionales, o la preservación de la privacidad y su fagocitadora exposición pública. Todo esto es anecdótico en comparación con lo anterior.

Canónicamente la mediación es una negociación con la intervención de un tercero aceptado por las partes. Su mapa identitario se puede resumir en que este tercero promociona la búsqueda de un acuerdo entre los protagonistas afectados y lo hace desde una posición neutral, imparcial y sin poder de decisión. El mediador es por tanto un agente que marca un escenario comunicativo entre dos o más partes que hasta ese momento lo habían obviado o declinado. La mediación como fórmula gana centralidad en la sociedad civil porque se empieza a corroborar que la verdadera solución a un conflicto emerge cuando las partes implicadas la encuentran a través del diálogo. Proclama la autodeterminación de las personas para resolver por sí mismas las divergencias con que la vida se reembolsa el hecho de hacernos a unos y otros tan diferentes. Feliz día a todos los mediadores. Feliz día a todos los que hacen del diálogo el auténtico eje sobre el que gravita su interacción con los demás, la fiesta maravillosa que supone que nuestra biografía se enrede con otras biografías a través de la acción y la palabra. Ojalá lo tengamos muy presente hoy. También siempre.



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martes, enero 20, 2015

Pero, una palabra para echarse a temblar

Obra de Elisabeth Peyton
El lenguaje es performativo. Una palabra al ser pronunciado construye un mundo que antes no existía. Las palabras dicen y crean, y esta capacidad generadora debería exigir prudencia a sus usuarios, sobre todo cuando se desgranan palabras que nada más ser proferidas despiertan la punzada de la congoja en quien las recibe. Pocas palabras provocan tanta intranquilidad o decepción como escuchar un pero después de una afirmación en la que uno ha salido bien parado. Por su rango de conjunción adversativa el pero es sustantivamente inquietante. Resulta llamativo que un vocablo tan minúsculo y aparentemente inocente, alerte con tanta celeridad y urja a la guardia preventiva. Cuando nos hallamos sumidos en la placidez de un enunciado amable, de repente aparece el pero con calculada suavidad brusca y nos inocula un desasosiego que pronostica que la aseveración que acabamos de escuchar sufrirá alguna amputación. Su presencia en mitad de la frase invalida lo que nos acaban de confesar, o aliña el enunciado con un punto avinagrado y hostil al retirar gran parte de los colorantes y los edulcorantes que la dotaban de dulzura y hospitalidad. Hay peros nihilistas. Con un tono imperativo reducen a la nada todo lo que les precedía. 

El pero es una herramienta gramatical que hace palidecer al que la escucha augurando un viraje aciago en el discurso de su interlocutor, al que rápidamente se le presupone haber escondido algo detrás de las anteriores palabras y que ahora va a destapar con toda su crudeza (sin peros en la lengua). El pero primero te otorga y luego te despoja parte de lo ofrecido. En su denodado afan de frustrar expectativas inicialmente esbeltas, modifica la estructura semántica esparcida en los pliegues de la oración, debilita las palabras que lo anteceden y en algunos casos, al contraponer otras, directamente las desahucia del significado que ingenuamente le habíamos conferido. Guarda similitudes laborales con la cuchilla de la guillotina, puesto que cuando emerge más que matizar lo dicho lo decapita sin remilgos. Es cierto que a veces el pero no cercena, sino que se dedica a la tarea de añadir cosas nuevas. Incrementa la autoridad de la aseveración que escolta y en otras ocasiones agrega nuevos puntos de apoyo, como cuando se le puede reemplazar por «además». Entonces el pero muestra una amabilidad y unos deseos de informar que lo hacen bienvenido y hasta simpático. Desgraciadamente no es frecuente. El pero más habitual es el otro. El que corrige la frase pronunciada porque en realidad quien la pronuncia no piensa así. Al menos no exactamente así. A veces incluso diametralmente opuesto a así.  



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viernes, enero 16, 2015

El ejemplo es el único discurso que no necesita palabras



Cuando escribí el manual La educación es cosa de todos, incluido tú (Editorial Supérate, 2014, ver web del libro) dediqué uno de sus treinta y tres epígrafes al ejemplo. Recuerdo que en un rincón de una de las páginas susurré que «el ejemplo es el único discurso que no necesita palabras». Sin embargo, me olvidé de agregar una coda importantísima: el ejemplo puede prescindir de la utilización de palabras, pero sí necesita conocer cuáles son las que quiere ejemplificar. El ejemplo es la suma de patrones admirables que se pueden observar y verbalizar en alguien concreto y que inspiran miméticamente a la comunidad para dar con una versión más afinada de sí misma. El mal ejemplo es justo lo contrario, el sumatorio de conductas que zancadillean nuestra condición de existencias vinculadas con otras existencias. Y embarran nuestras interacciones.

En este mismo ensayo me atreví a parafrasear uno de los imperativos categóricos de Kant utilizando un lenguaje más coloquial y próximo, y lo vinculé al ejemplo como enseñanza vicaria: «Exígete actuar como si tu comportamiento fuera elegido de ejemplo para toda la humanidad». Es evidente que el ejemplo vincula con la conducta y no con las palabras que sin embargo necesita conocer para encarnarse en comportamientos plausibles. Desgraciadamente el ejemplo se ha despegado de la conducta y se ha instalado exclusiva y muy cómodamente en las palabras. Dicho de un modo más inteligible. La ética vive entronizada en nuestro discurso, pero destronada de nuestros actos. No me refiero a mantener una fidelidad férrea que la vida suele ridiculizar tarde o temprano, ni a los muchos microcosmos que cruzamos al cabo del día y en los que es difícil no caer en alguna contradicción. Me refiero a que las grandes palabras y los grandes hechos al menos no tomen direcciones diametralmente opuestas. Mi poeta favorito en la adolescencia escribió un verso que yo me aprendí de memoria: «Palabras, palabras, palabras, estoy harto de todo aquello que puede ser mentira». Es un verso del siglo XIX, pero es perfecto para estos días cuajados de promesas en los que uno anhela menos palabras y más hechos. O para cerrar en un círculo este texto. Menos labia y más ejemplo, que es el único discurso que no necesita palabras porque ya nos encargamos nosotros de leerlas en la biografía del orador.



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miércoles, enero 14, 2015

Se publica «Filosofía de la negociación»

Buenas noticias. Ya vio la luz el ensayo Filosofía de la negociación. Lo publica la editorial Acuerdo Justo dentro de su colección Ágora del conflicto. Este libro es un singular ensayo dialogado, una conversación surgida de una experiencia de creación social. Nació de los foros de debate del curso on line de Negociación Estratégica que impartí durante varios años en la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla. Junto con Arturo Iglesias, director y compañero en ENE Escuela de Negociación, preparé y redacté los contenidos didácticos (una absoluta locura en inmersión bibliográfica), y luego más tarde coordiné y tutoricé el curso durante tres ediciones con dos convocatorias por edición. Todos los días estimulaba la reflexión de los alumnos en los concurridos foros de debate. Siempre impelido por la idea de que los argumentos cuando colisionan con otros argumentos lejos de estropearse permiten el nacimiento de un argumento mejor. Cada día escribía tres o cuatro comentarios respondiendo a las solicitudes de los participantes, aclarando dudas de los contenidos, o promocionándolas.

En la última edición del curso caí en la cuenta de que gracias a esta cita diaria había vertido un enorme caudal de contenidos creativos en ese emplazamiento digital. Decidí rescatarlos de la inevitable reclusión y olvido a los que se verían condenados una vez cerrado el acceso a la plataforma, los salvé del destino irrevocable de su propia extinción en el limbo digital, los doté de una congruencia que la multiplicidad y a veces ilógica repetición de foros les negaban, y los ordené e higienicé en aras de aumentar la legibilidad para alguien ajeno a la atmósfera del curso. El resultado final es este ensayo. Una larga conversación en un lenguaje mitad académico, mitad coloquial, sobre temas multidisciplinares que sin embargo comparten vecindad (negociación, mediación, comunicación, ética, argumentación, persuasión, manipulación, irracionalidad, etc.). Este curso y estos foros tenían como gran ventaja la asincronía y la deslocalización que procura la conectividad on line, y como si la historia de estos textos quisiera cerrarse sin salirse de su órbita, ahora el ensayo surgido de allí verá la luz sólo en e-book y en tiendas digitales.Se completa así el círculo. Espero que en esta Filosofía de la negociación haya tenido la habilidad de transmitir todo lo que todos juntos aprendimos en el curso. He puesto mi empeño en que sea así.Se puede adquirir aquí.

lunes, enero 12, 2015

La opinión no es igual que el derecho a opinar



Resulta sorprendente ver cómo, al hilo de la inadjetivable matanza de los dibujantes del semanario Charlie Hebdo por miembros yihadistas, el debate público se pierde en cuestiones que deberían estar embebidas por nuestra conducta democrática y argumentativa. La constante aclaración de algunos postulados básicos de la argumentación, incluso con muertos aún sin inhumar a los que se les ha hurtado la vida por haber expresado ideas disímiles con pacífico humor, demuestra que no es así. Todavía tenemos que aprender a tramitar ideas propias y ajenas y a convivir sin susceptibilidades en mitad de ese tráfico denso. Existen muchos tics en nuestra conducta verbal cotidiana que revelan este tremendo desconocimiento, la neblina que nos envuelve en el paisaje de algo tan omnipresente como es ofrecer una opinión y por tanto exponernos a que nos la cuestionen. En conversaciones coloquiales cuajadas de opiniones divergentes es frecuente escuchar expresiones tan desafortunadas pero tan delatoras de nuestro déficit de tolerancia como «igual que yo respeto tu opinión respeta tú la mía», o «es mi opinión y tengo derecho a que se respete». No, no es así. La opinión no está blindada a las objeciones, y refutar una opinión no es faltar al respeto ni a la opinión ni a la persona que la deposita en su discurso. Uno tiene derecho a opinar, pero la opinión puede ser perfectamente rebatida, e incluso, dependiendo de su contenido, penalizada. Hace casi doscientos cincuenta años Voltaire insistía en esta sutil diferencia con la que tanto seguimos enredándonos, como se puede comprobar estos días: «No comparto lo que dice, pero defenderé hasta la muerte su derecho a decirlo». Toleramos muy mal la discrepancia porque nuestro analfabetismo argumentativo nos hace confundir las ideas que enarbolamos con la persona que somos. Normal que consideremos la objeción de nuestras ideas o de alguna de nuestras creencias como un trato irrespetuoso a nuestra persona. Necesitamos una pedagogía de la argumentación. Muchos problemas se atenuarían.

jueves, enero 08, 2015

La mirada fanática



Obra de Juldmar Vicente
Ser tolerante no es sólo aceptar serenamente que los demás no piensen igual que tú, sino sobre todo admitir que tu opinión puede ser refutada por ellos del mismo modo que tú puedes poner en crisis la suya. Es una visión de la tolerancia que muta la orientación del foco, que siempre se ancla en la aceptación del pensamiento ajeno, y muy rara vez en la objeción que puedan hacer los demás del propio. Una de las funciones básicas de la educación y, al cabo, de la cultura, es promocionar que los actores participantes en una conversación o en la construcción de un relato social acepten pacíficamente que en temas deliberativos todo argumento es susceptible de ser objetado con otro argumento. En un debate o en una puja de ideas el argumento mejor confeccionado y mejor investido de autoridad será el que resplandezca y opaque a los demás, lo que no significa ni mucho menos que nuestro interlocutor se adhiera a él. Lo he escrito otras veces. La violencia es todo acto destinado a doblegar la voluntad de un tercero sin el concurso del diálogo. Cuando el diálogo no interviene en la modificación de la voluntad de las alteridades irrumpe la fuerza, la producción de miedo encaminada a generar cobardía y por tanto sumisión (el miedo es una emoción, pero la cobardía es un comportamiento), la amenaza explícita o velada, la generación de autocensura.  Si fuera más puntilloso, tendría que escribir que en realidad con el empleo de la fuerza o su amenaza no se muta la voluntad del sujeto, que es privativa de toda la arquitectura de la convicción, sino que más bien se pliega su conducta. 

El fanatismo de cualquier índole, pero especialmente el religioso puesto que se apropia de la soberanía de entidades sobrenaturales dotadas de infalibilidad, es la creencia enfatizada de que mis argumentos son la verdad y por extensión la creencia anexionada de que aquellos que difieren son falsos y merecedores de aniquilación. En la claustrofóbica reclusión de la mirada fanática nada se discute, existe la obediencia ciega, la aceptación sin tacha, la decrepitud hasta el óbito de la inteligencia como herramienta para dudar, el blindaje del dogma, el cortejo fúnebre de las ideas, el prejuicio que sólo percibe aquello que lo engorda obesamente y lo corrobora con complacencia en un bucle inacabable. El fanatismo exacerbado incuba odio al otro, la acumulación de odio degenera en ira, y la ira fanática no sólo es la acción virulenta y sin estilismos en la que se trata de infligir daño a los díscolos de pensamiento, sino que brinca temiblemente la supresión del tabú de matar. Todo esto viene a colación por los atentados yihadistas de ayer en París contra las personas que formaban parte del semanario Cherlie Hebdo. Dicen que la  matanza se debe a haber publicado viñetas de Mahoma, pero es una lectura peligrosa que razona el asesinato. No sólo fue un ataque contra la libertad de prensa. Fue un tiroteo contra los que piensan de un modo divergente y se atreven a explicar por qué. Freud lo resumió muy bien. La civilización se inauguró el día en que un congénere insultó a otro en vez de atacarle con un sílex. La regresión a la selva se desprecinta cada vez que alguien ataca a un semejante con cualquier cosa que no sea un argumento.



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