martes, octubre 14, 2025

¿Qué es preferible, la Regla de Oro del comportamiento o la de Platino?

Obra de Marcos Beccari

 

En su vertiente positiva la Regla de Oro se formula de la siguiente manera: «Trata a los demás como te gustaría que los demás te trataran a ti». Es una regla que indaga en qué comportamiento sería el más idóneo a fin de perfeccionar la experiencia de la vida compartida. Hay que puntualizar que la Regla de Oro más que una regla alberga las funciones orientativas inherentes a los principios. No lista deberes vinculantes, no concretiza contenidos, no fija una gama de conductas que dispensar, solo indica puntos cardinales que brinden guía y dirección. A pesar de que la Regla de Oro goza de predicamento y plausibilidad, existen voces que la ponen en entredicho. La profesora de Ética y Filosofía Política Belén Altuna ofrece una explicación a este cuestionamiento en su fabuloso ensayo En la piel del otro: «Para empezar, porque el Otro (como yo misma para él o para ella) es a la vez un semejante y un diferente. Por un lado, somos capaces de percibir y apreciar la humanidad que tenemos en común y, por otro, no cabe duda de que el otro es siempre Otro, diferente a mí, tan diferente. Lo característico de la Regla de Oro es que exhorta a practicar una comparación, una analogía: el otro es constantemente comparado conmigo; o al menos son comparados sus intereses, deseos y temores con los míos». En su configuración del compartimiento con el prójimo la Regla de Oro inviste al yo de una potestad extrema. Es la acusación más recurrente de sus detractores.

En la Regla de Oro el yo se ubica en el centro desde el que calibra la mejor forma de tratar al Otro, se relaciona desde una posición de dominio o de cierta narcisificación al considerar preceptiva su propia autorreferencia. Subyace el controvertido principio de que lo que considero que sería un buen trato para mí debe ser considerado un buen trato para los demás. La imputación por lo tanto se resume en que en la Regla de Oro el sujeto agente se desentiende del sujeto paciente e interacciona con él desde el desconocimiento de sus preferencias. Esta deriva se puede enmendar si la regla incorpora lo que admitimos que debería ser un buen trato no para mí ni para él, sino para todas las personas: «Trata a lo demás de tal modo que al hacerlo aprecies su dignidad tanto o más que la tuya». Si el respeto es el cuidado de la dignidad de la que toda persona es acreedora, esta prescripción invita a ser personas respetuosas, prolijas, atentas. A pesar de que se iguala con sus congéneres en tanto que comparte la titularidad común de una dignidad inalienable, en esta regla el yo se mantiene en lugares de privilegio. La regla se puede afinar si las destinatarias no son las personas en general, sino aquellas que queremos y nos quieren. Se incorporaría así una imaginación ética que corrige muchas posibles ambivalencias y aporta una inestimable disposición afectiva: «Trata a los demás como crees que deberían ser tratados tus seres queridos por los demás». El enunciado no logra eliminar al yo en su totalidad, pero lo relega a un papel subalterno. El centro es ocupado por la decantación amorosa. Y cuando hay amor genuino bien expresado el comportamiento se vuelve exquisitamente ético.

La Regla de Platino replantea el comportamiento en la interacción modificando el ángulo de análisis. Descentraliza al yo y doblega su propensión a la autorreferencialidad. Se mitiga así el riesgo de toparnos con un yo que se trata mal a sí mismo o es poco esmerado. El hueco estructural dejado por ese yo ahora secundario es sustituido por el tú o por un ellos abarcativo y sin género: «Trata a los demás como ellos deseen ser tratados». El yo se pliega a los requerimientos de unos ellos que dejan de ser tratados por el yo como el yo contempla que le deben tratar a él. La Regla de Platino impregna las decisiones con la presencia de los otros a quienes se les trata con la deferencia de situarlos en primer lugar. Se produce una inversión del celebérrimo postulado cartesiano «pienso, luego existo». Por supuesto que se piensa, pero no para verificar a través del concurso del raciocinio la propia existencia, sino que es el ejercicio racional quien nos dictamina la existencia de un otro sin el cual existir como humanos se antoja imposible. Frente al «pienso, luego existo», se alenta un «pienso, luego existes». De esta constatación nace el comportamiento ético. 

La forma de saber cómo quiere ser tratado el otro consiste en ofrecerle un espacio donde su palabra sea atendida. Escuchar es documentar la subjetividad  de quien articula la palabra para personalizarse. Igual que nos personamos cuando nuestro cuerpo acude a una cita, nos personalizamos cuando la palabra es recibida para ser escuchada. La palabra escuchada permite la proeza pocas veces elogiada de hacer visible lo que los ojos no están facultados para ver. Antonie de Saint-Exupéry lo abrevió de un modo precioso en El principito«lo esencial es invisible a los ojos». Sólo podemos ver lo que no se ve del otro escuchándolo. La visibilidad de lo íntimo, a diferencia de lo privado, se hace factible cuando se autorrelata. Sólo puedo tratar al otro como el otro quisiera ser tratado si he tenido la consideración de poner mi atención en como quiere ser tratado. Paradójicamente la Regla de Platino parece subsidiaria de la Regla de Oro: «Escucha al otro como te gustaría que te escuchasen a ti, y luego trátalo siguiendo las orientaciones que te ha compartido con sus palabras».  

 

Artículos relacionados:
Pienso, luego existes.
Necesidad de terceros lugares.
Escuchar, el verbo que nos hace humanos.  

 

martes, octubre 07, 2025

Dos confrontaciones simultáneas: la bélica y la del lenguaje

Obra de Noell S. Oszvald

Resulta descorazonador contemplar una vez más cómo se despliega la horrenda industrialización de la violencia para resolver un conflicto. Desconsuela porque cualquiera que haya dedicado reflexión a los trajines humanos sabe anticipadamente que la palabra educada expresada en una experiencia compartida de diálogo posee el monopolio de la solución de cualquier discrepancia. Dañar o conminar con hacerlo no modifica el motivo que originó la divergencia. José Antonio Marina postula en su ensayo La vacuna contra la insensatez que la persistencia ancestral de las guerras como solución de conflictos es una muestra de estupidez crónica de la especie. La estupidez es un tema muy serio que acometeré en futuros artículos, pero a modo de avanzadilla consignaré que la estupidez es una forma de emplear la inteligencia, y no la ausencia de inteligencia. Al comprobar la similitud de eventos bélicos contemporáneos con otros igual de espantosos domiciliados en el pasado, solemos enunciar con tono derrotista que la historia tiende a repetirse, pero no es así. La historia no se repite, quien se repite es la conducta humana. La historia nos enseña y los seres humanos nos obcecamos en no aprender apenas nada de ella.  Esta tenacidad delata un mal uso de la inteligencia, pero sobre todo revela la presencia triunfal de la estupidez.

La mayor atrocidad que un ser humano puede infligir a otro ser humano consiste en truncarle todas las posibilidades que alberga una vida arrebatándosela. Los escenarios mediados por la instumentalización tecnológica de la violencia reproducen miméticamente esta ignominia, pero a gran escala, lo que hace que se configuren sorprendentes especificidades valorativas. Matar deliberadamente a una persona te convierte en un asesino, matar en cantidades inconmensurables te hace acreedor de honores y de que tu nombre eluda la desmemoria al bautizar con él las calles y las plazas más insignes de las ciudades. Para transitar de la condición asesina a la celebratoria de la condecoración y la loa solo existe el camino de la narración, la maleabilidad con la que el lenguaje y su asombrosa plasticidad metamorfosea los hechos y les brinda un sentido. Cada vez que se desencadena una guerra o cualquiera de sus variantes (invasión, asedio, colonización, anexión, genocidio, campos de concentración, pogromos, gulags), se libran en simultáneo la batalla consustancial al cruento uso de la fuerza y su racionalidad de muerte, y la batalla del lenguaje, la de conferir legitimidad e incluso fetichismo al despliegue destructor de esa misma fuerza. La semana pasada la escritora Nuria Alabao argumentaba en Ctxt que «el nombrar, categorizar y jerarquizar las violencias constituye una de las formas más sutiles pero más efectivas del ejercicio del poder». Detenta estatus de dominación quien posee la capacidad de taxonomizar, conceptualizar y administrar los vocablos precisos en el relato que hegemoniza la conversación pública.  

En el estremecedor y recientemente publicado ensayo, Narrar el abismo, la escritora y reportera de conflictos Patricia Simón ofrece una reflexión excelsamente explicada: «La guerra es un sistema cultural, un diálogo en el que el lenguaje más visible son las armas, pero que comienza con la construcción de un relato que presenta el recurso a la violencia como necesario, legítimo e inevitable. Un relato que mutará y se adaptará a los dictámenes de quienes medran en el poder, se lucran con él y lo monopolizan mediante el desgarro y la muerte de otras personas. La guerra se nutre y se retroalimenta con eufemismos, y se sofoca con el rigor de la palabra exacta. Cuando el periodista emplea los vocablos que engrasan la maquinaria bélica, se degrada para convertirse en propagandista. Cuando repite acríticamente las que difunden los actores armados, queda reducido a ser su altavoz. Y si alguno lo justifica, amparándose en una supuesta equidistancia o neutralidad, o es un cínico o un ignorante, ninguna de las dos opciones le exime de su responsabilidad. Precisamente, el periodismo de conflictos tiene la obligación de identificar los constructos que se presentan como el único sentido común posible, mostrar sus engranajes diseñados al servicio de la causa bélica y desactivarlos como un hacker al sacarlos a la luz». Detrás de cada guerra hay una guerra de palabras. La palabra no mata, pero está perfectamente facultada para que lo hagan en su nombre. Hay una forma de desarticular la perversidad de este mecanismo. Escuchar con atención el testimonio de quien sufre el terror inherente a cancelar la civilización y ceder el paso al uso instrumental de la violencia armamentística. Es lo que ofrece Patricia Simón en las páginas de su libro. Dialogar con las víctimas permite entender lo que los hacedores de la guerra no quieren que nadie entienda.

 
Artículos relacionados:
Lo que se obtiene con violencia solo se mantiene con violencia.
El diálogo soluciona los problemas, la fuerza los termina.
La banalidad con la que nos referimos a las guerras. 

martes, septiembre 30, 2025

«Volver a la rutina»

Obra de Paola Wiciak

Se hizo frecuente oír en las conversaciones la expresión «volver a la rutina» cuando el verano y las vacaciones se desvanecieron. Quienes la enunciaban solían hacerlo con tono lúgubre y aire desolado. Reconozco que me entristecía escuchar este lugar común, porque delataba vidas insatisfechas y porque generalizaban acríticamente el concepto de una rutina que sin embargo merece matices y resignificación. Volver a la rutina puede devenir momento desdichado si la rutina a la que se regresa entraña desdicha, pero volver a la rutina puede ser un lance querido si la rutina a la que se retorna es deseable. Aunque la rutina puede ser alienante o restrictiva, bien urdida es un poderoso recurso cognitivo en el que confluyen actos de resistencia personal. Consiste en pautar un conglomerado de actividades para llevarlas a cabo de forma regular sin la agotadora necesidad de programarlas a cada instante. La rutina y los hábitos sobre los que se asienta modulan la experiencia humana y proporcionan serenidad, orientación y hogar. Es cierto que la rutina es la pretensión siempre fallida de articular un mundo que reconocemos repleto de vicisitudes e imponderables, que en ella hay un intento de domesticación de lo indomable, una forma de conjurar la presencia informe que rodea al ser que somos. Pero no es menos cierto que la rutina fecunda una consistencia y una continuidad esenciales para evitar que la celeridad de la vida diaria, el inmenso caudal informativo y la sobreabundancia de opciones devengan apabullantes, insujetables e incluso angustiantes. Ofrece una estructura sobre la que vertebrar lo que acaece. Construye la casa en la que el ser se protege de la intemperie.

Quizá la interrupción vacacional de la rutina permite ver con más nitidez lo que la propia rutina invisibiliza con su omnipresencia el resto del año. La caracterización peyorativa de volver a la rutina sugiere admitir que voluminosos segmentos de tiempo y denuedo se destinan a actividades desabridas y cronófagas con las que obtener unos ingresos que sufraguen el mantenimiento material de la vida,  o esquivar el muy mal vivir al que condena la privación de coberturas básicas. Con su habitual perspicacia, el crítico cultural Terry Eagleton sintetiza esta deriva contemporánea cuando describe que «la mayor parte de nuestra energía creativa se invertirá en producir los medios de vida y no en saborear la vida misma». Empleamos tanto tiempo y energía en sobrevivir que se nos quitan las ganas de vivir. El propio Eagleton muestra estupefacción ante la resignada conformidad de este disparate: «No deja de ser asombroso que en pleno siglo XXI la organización material de la vida siga ocupando el lugar preeminente que ya ocupaba en la Edad de Piedra». Es muy sensato que volver a esta rutina despierte sentimientos lóbregos. Revela el retorno a un conjunto de disposiciones articuladas por la adquisición de recursos monetarios a través de actividades asalariadas que monopolizan el tiempo de vida. La aversión a la rutina se devela como una fórmula eufemística. No se tiene inquina a lo rutinario, sino a la coerción y alienación inherentes a la esfera laboral. 

Las actividades en las que somos empleados las desempeñamos tan rutinariamente que las hemos naturalizado, e incluso las hemos ensalzado en narrativas que nos recalcan que gracias a esa ejecución nos autorrealizamos y dotamos de un propósito plausible la vida. Frente a estos enunciados que santifican los tiempos de producción, cabe oponer con rutinas inteligentes tiempos de reflexión e imaginación ética, aquellos en los que el pensamiento se dedica a deliberar sobre qué es una vida buena y cómo podríamos encarnarla en la trama de la vida en común. Quizá deberíamos dedicar menos esfuerzo a la mera materialidad de la vida en favor del cultivo del alma (vivir en la verdad, crear belleza, ser justos y tener compasión, como propone Rob Riemen). Volver a la rutina será un acontecimiento gozoso o doloroso según la naturaleza de las actividades que la conformen. Si son autodeterminadas, suelen implicar delectación y plenitud; si son impuestas, pueden convertirse en focos de alienación, ansiedad o vacío. Como ciudadanía, como personas irrevocablemente interdependientes con capacidad de agencia, nos atañe pensar cuáles de esas actividades queremos privilegiar, y qué podemos hacer colectivamente para volver habitables nuestras rutinas.

 

(*) Este es el primer artículo de la decimosegunda temporada de este Espacio Suma NO Cero. A partir de hoy, todos los martes del curso académico compartiré deliberación y escritura sobre la interacción humana. Toda persona que desee pasear por aquí, que se sienta invitada.

 

Artículos relacionados:
El miedo encoge la imaginación.
Ampliar soberanía sobre el tiempo.
Cuidar los contextos para cuidar los sentimientos.  

 

jueves, julio 31, 2025

Cerrado por vacaciones

Gracias por visitar una temporada más el Espacio Suma NO Cero. Este lugar de análisis de las interacciones humanas permanecerá cerrado por vacaciones desde hoy jueves 31 de julio hasta mediados del próximo mes de septiembre. Es un cierre metafórico que se repite desde su inauguración en 2014. Queda abierto el acceso a la lectura de cualquiera de los artículos editados hasta la fecha, pero no se publicará ningún texto nuevo semanal. Me encantará volver a coincidir en este hogar digital en el inicio del nuevo curso académico. Será con el arranque de la undécima temporada 2025-2026. La cita seguirá siendo cada martes. Hasta entonces. Buen verano a todas y todos. Un abrazo.

 

Artículos relacionados:
Vida buena, buena vida.
Tranquilidad, belleza, entusiasmo.
Cuidar los contextos para cuidar los sentimientos.  


martes, julio 29, 2025

Pensar fuera del binomio optimismo-pesimismo

Obra de Edward Gordon

En una época de mi vida en la que las contrariedades se me agolpaban y no había forma de alcanzar los propósitos en los que colocaba más perseverancia, ingenio y denuedo, acuñé un aforismo que me repetía como si fuera un mantra: «me va todo tan mal que no me puedo permitir ser pesimisma».  En las páginas de su último ensayo, La vacuna contra la insensatez (Ariel, 2025), José Antonio Marina alude a un grafiti muy elocuente que ahonda en esta misma dirección: «hay que dejar el pesimismo para tiempos mejores». Rebecca Solnit legitima la comparecencia de la desesperanza en los sentimientos, pero no en los análisis, porque el futuro no está hecho aún, y lo que pueda suceder en ese espacio abierto está muy determinado por lo que hagamos que ocurra en la imprevisibilidad del presente. Dicho con otras palabras. Es normal desolarse cuando las cosas van mal, es insensato aventurar que no van a ir bien. 

Vivimos aquejados por la tiranía de la superioridad pesimista. Se suele afirmar que una persona optimista es una persona mal informada, de ahí que se la descalifique como ilusa, ingenua, o buenista. Por el contrario, al pesimismo se le concede holgura epistémica y una brillante lucidez que además nadie necesita acreditar. Esta asignación de valores ha fomentado que quien aspira a gozar de prestigio intelectual secunde un disciplinado pesimismo, y si desea aumentar su aura, no repare en inflacionar sus ideaciones luctuosas. A diferencia de las personas optimistas, a quienes se les urge a que demuestren la pertinencia de sus argumentos, a las pesimistas no se les exige discursivamente nada cuando anuncian la irreversibilidad de lo que va mal. Es sabido que mostrarse pesimista no acarrea exigencia alguna. Basta con oscurecer las apreciaciones sobre la realidad, y por supuesto negarle su condición de cónclave de posibilidades. También prestigia presentar enmiendas a la totalidad, o elevar al rango de categoría infrangible lo que no es sino una anécdota aislada. Con una asombrosa facilidad conferimos verosimilitud a los mensajes dicotómicos, absolutos, totalizadores, reduccionistas, catastrofistas, inapelables, siempre y cuando ofrezcan motivos para amedrentarnos o indignarnos. Recuerdo acudir a una asamblea activista en una plaza en la que de repente se puso a llover. La mayoría de quienes asistíamos corrimos a guarecernos de la lluvia. Entonces una persona gritó totalmente airada: «¿Cómo vamos a cambiar el mundo si porque llueva suspendemos la asamblea?». Era una interrogación tramposa que cumplía a rajatabla el manual del pesimista indignado y totalizador. Quien lea este artículo convendrá que es perfectamente compatible aspirar a mejorar el mundo y no acabar empapado. 

Existe un posicionamiento inteligente que sostiene que pensar el mundo desde la dicotomía optimismo-pesimismo adolece de falta de sentido. Byung-Chul Han afirma en El espíritu de la esperanza que «en el fondo, el pesimismo no se diferencia tanto del optimismo. En realidad, es su reflejo inverso. (...) Tanto el optimista como el pesimista son ciegos para las posibilidades. Nada saben de eventos que puedan dar un giro sorprendente al curso de los acontecimientos. Carecen de imaginación para lo nuevo». Noam Chomsky define a la persona ejemplar como aquella que sigue intentándolo a pesar de que sabe que no hay esperanza. En su ensayo Optimismo contra el desaliento desmenuza esta aparente aporía. No podemos saber si la situación en la que nos encontramos es irrevocable o mejorable, pero «lo que sí que sabemos, sin embargo, es que si sucumbimos a la desesperación ayudaremos a asegurar que lo peor pase. Y si tomamos las esperanzas que existen y trabajamos para hacer el mejor uso de ellas, podría haber un mundo mejor»

En Una filosofía del miedo, el agudo Bernat Castany Prado da en la clave: «La confianza en el mundo no es optimismo. Es algo más parecido al viejo argumento kantiano según el cual, si actuamos como si existiera el progreso, entonces nuestras acciones serán de tal tipo que puede que hagan que la historia progrese». Los desenlaces aún no han acontecido y se construyen sobre aquello que hacemos que ocurra. Si alentamos una situación, aumentan las posibilidades de que se dé la situación alentada. Esta forma de instalación en la existencia sirve tanto para las expectativas biográficas como para la imaginación política de construir un  mundo más decente y confortable para quienes lo habitamos ahora pero también para quienes serán sus huéspedes mañana. Se requiere pensar de otro modo para imaginar de otro modo y actuar de otra manera. Leernos desde otras temporalidades y otras perspectivas que inspiren a intervenir en los espacios de acción más allá del binomio reductor optimismo y pesimismo. Aquí termina la undécima temporada de este Espacio Suma NO Cero, la cita semanal en la que todos los martes del curso académico he compartido mi voz y mi mirada sedimentada en escritura. Ojalá quienes hayáis leído estos artículos hayáis encontrado en ellos un buen motivo para dialogar con vuestra propia persona.  Buen verano para todas y todos.

 

Artículos relacionados:
Diálogo, cooperación y responsabilidad.
Memoria para impugnar el presente, imaginación para crear el futuro.
Cuidar los contextos para cuidar los sentimientos.  

 

martes, julio 22, 2025

Memoria para impugnar el presente e imaginación para crear el futuro

Obra de Anna Davis y Daniel Rueda

Leo en el formidable último libro de la escritora y activista Rebecca Solnit, El camino inesperado, que «si la gente es miope cuando mira al pasado, también lo es cuando mira al futuro».  Estudiar la historia humana desde marcos temporales amplios supone contrarrestar esas dioptrías cognitivas y comprobar con evidencia empírica cómo van mutando las mentalidades, que son las que cambian el mundo que habitan esas mismas mentalidades. Solnit describe con una belleza conmovedora la enorme pedagogía disidente que alberga el análisis de la historia de la humanidad, «contemplar el lento transitar de las ideas desde los márgenes hasta el centro, ver cómo aquello que primero es invisible y después se considera imposible se acaba convirtiendo en algo ampliamente aceptado». La historia no es que esté atestada de ejemplos que nos enseñan que lo que una vez se consideró descabellado ahora nos parece tan necesario que ya no podemos concebir el mundo sin su presencia, es que está constituida por este poderoso e inacabable impulso de inteligencia creadora. Para observar algo así se requiere amplia mirada histórica. Desafortunadamente nuestras deliberaciones sobre lo posible utilizan la corta de alcance mirada biográfica. 

Uno de los propósitos más encomiables de la evaluación crítica es no dar por sentado lo que damos por sentado, o al menos someter a escrutinio por qué damos por sentado lo que quizá es muy discutible, y la mirada histórica es fantástica para este cometido que pone en entredicho la inmutabilidad del presente con la ayuda del pasado. Contemplar en retrospectiva cómo se registraron cambios que eludieron la capacidad predictiva de los analistas de la época es un motivo más que suficiente para que no le pongamos ninguna traba a nuestra imaginación. La memoria es una colaboradora inestimable para la imaginación y la novedad, del mismo modo que la amnesia o el olvido son coadyuvantes de lo establecido, de alentar una inacción ignorante de la historia y los perennes cambios que la configuran. Ocurre que estamos anegados de noticias de actualidad, una hiperinflación de estímulos informativos desperdigados y fragmentados que opacan la historia y la posibilidad de entenderla con criterios de causalidad. La actualidad es información sin pasado y sin contexto, que es el lugar donde habitan los matices, las especificidades, los pormenores, aquello que hace que las realidades se vayan determinando de una manera en vez de otra. Esta sobresaturación de actualidad y ruido del ahora promociona un pensamiento apresurado que desdeña el análisis contextual y se olvida de cómo las ideas se forjan de manera incremental más que de forma explosiva, omisión funesta para fomentar conciencia y activismo. Solnit explica que «una de las cosas que desaparecen cuando solo se mira lo inmediato es que prácticamente todo cambio es gradual y que incluso las victorias absolutas suelen ir precedidas de pasos intermedios». Utiliza una metáfora hermosa para ilustrar esta orillada obviedad. «Hay que recordar que un roble fue una bellota y después un frágil arbolillo».

Daniel Innerarity cifra en cinco las grandes dimensiones de la inteligencia humana, que se pueden sintetizar en disponer de una poderosa imaginación y aplicar sobre sus resultados exigentes criterios de evaluación: capacidad de habérsela con la novedad, cuestionamiento y ruptura con lo existente, capacidad crítica, gestión de la incertidumbre y aportación de nuevas ideas. La imaginación tiene un papel estelar en el cometido epistemológico, y resulta harto incompresible cómo ha sido relegada de la creación política. ¿Por qué apenas empleamos potencia imaginativa en dilucidar qué tendría que ser una vida buena en el tiempo histórico y tecnológico que nos toca vivir? ¿Por qué que aceptamos que hace años no podíamos imaginar lo que ahora es factible y sin embargo nos cuesta tanto admitir que pueda ser factible dentro de unos años lo que ahora imaginan quienes cultivan esa fabulosa facultad cognitiva, o directamente lo reprobamos como quimérico e imposible? Si vivimos en un mundo inimaginable para nuestros antepasados, por qué esta cerrazón a imaginar en el horizonte formas más reconfortantes y justas de organizar la existencia. Los filósofos Nick Srnicek y Alex Willlian hablan de parálisis en el imaginario político. En Los límites de lo posible Alberto Santamaría sostiene que «la imaginación ha ido perdiendo progresivamente su estructura crítica, su factor desestabilizador del orden en tanto que desvío de los postulados comerciales».  

Creo que esta preocupante deriva y esclerosis de la imaginación encuentra alianzas cognitivas en el sesgo de la negatividad que hace que propendamos a fijarnos en aquello que nos provoca miedo o indignación, que además es el nutriente natural de los informativos diarios. Este tropismo es muy dañino para la imaginación política puesto que antepone la resistencia a lo que nos provoca temor sobre aquello susceptible de darle una forma más gratificante al futuro y a las posibilidades de acción. Es muy palmario que todo lo que vemos ahora a nuestro alrededor hubo un momento en que no existió, y si ahora existe es porque alguien tuvo la osadía de imaginarlo. Solnit nos precave contra el desaliento y la inacción tan propios de la mirada biográfica: «El mundo está escrito por un número infinito de personas, una de las cuales eres tú, y los desenlaces sorprendentes a menudo se deben a la intervención de actores a los que se había menospreciado». Conviene recordarlo entre tanta actualidad.

 

Artículos relacionados:
El miedo encoge la imaginación.
Ampliar soberanía sobre el tiempo.
Cuidar los contextos para cuidar los sentimientos.  

 

 

jueves, julio 17, 2025

Entrevista

Publicada originalmente en ABC Sevilla (11.Julio.2025).

Redacción: Andrés González-Barba


José Miguel Valle (Bilbao, 1968) es un filósofo y profesor que ha abordado distintos temas a través de sus libros. Recientemente ha publicado 'La bondad es el punto más elevado de la inteligencia' (editorial Alvarellos), un ensayo donde aborda la ética de la bondad, poniendo en diálogo a esta última con los cuidados, la ética, la política, la justicia, el conocimiento, la dignidad, la agencia, los afectos o el amor.

Antes del libro, todo empezó con el artículo 'La bondad es el punto más elevado de la inteligencia', que escribiste en tu blog y que contó con más de un millón de visitas. Luego apareció en 'Cultura Inquieta' y volvió a hacerse viral. 

Así es. Desde hace once años todos los martes escribo y publico un artículo en el blog Espacio Suma NO Cero. Allí delibero sobre cuestiones vinculadas con la interacción humana y la vida en común. La mañana que escribí el viralizado texto de la bondad fue una mañana como otra cualquiera. De hecho, nada más publicarlo me olvidé de él y proseguí con mis dinámicas de trabajo cognitivo. Tanto en la forma como en el fondo el artículo era similar a todos los que llevaba escritos hasta ese momento. El estilo autoral era análogo, y las ideas afectivas que abordaba en él apenas diferían de las de otros artículos precedentes. Fue una sorpresa mayúscula que el texto tuviera una audiencia tan exorbitante. En una semana había sobrepasado el millón de visitas, y, como bien apuntas, cuando lo publicó Cultura Inquieta, más de un millón y medio de personas decidió tras su lectura compartirlo en sus redes sociales. La narración de este episodio tan sorprendente, la interacción que entablaron conmigo quienes lo leyeron y quisieron aportar matices sobre la concordancia entre inteligencia y bondad, o la rotunda negación de este nexo, más el análisis de la propia bondad y sus correlatos éticos, son el núcleo del libro.

¿Por qué la bondad puede interesar tanto en una sociedad como la actual en donde hay tanta competitividad y a muchas personas no les importa 'pisar' al prójimo?

La contestación a tu pregunta es el contenido de uno de los capítulos del libro. Son muchas las posibles respuestas. En el fragor de la vida cotidiana se nos olvida que somos seres interdependientes, ecodependientes, vulnerables y mortales. Los trajines diarios son formidables para la desmemoria de nuestra propia configuración. Sin embargo, cuando ponemos en suspensión el ajetreo del día a día se intelige fácilmente que sin la cooperación de los demás no podríamos ser el ser humano que somos. Anhelamos un mundo donde se nos trate conforme a la titularidad de una dignidad que nos da derecho a tener derechos, ser cuidados y respetados, y a la vez nos insta al deber de tratar así a los demás. En las páginas del libro explico detalladamente el motivo de este anhelo y por qué concuerda con la inteligencia.

¿En qué medida la bondad es un síntoma de inteligencia? 

En un escenario de interdependencia la actitud más sabia es la de reciprocar. La razón cooperativa nació antes que la razón instrumental. Gracias a la cooperación, al apoyo mutuo, por expresarlo en términos de Kropotkin, una persona puede pensar en sus intereses, pero teniendo en cuenta los intereses de los demás, prerrequisito para que los demás consideren los suyos. ¿Hay una forma de habitar la vida compartida más lúcida que la de una bondad que deviene en predisposición a la cooperación y el cuidado, y al anhelo político de lo justo y lo conveniente? Esta es la cartografía que invoco en el libro.

¿Cómo se puede reflexionar sobre la bondad en el ser humano teniendo dirigentes mundiales con tan pocos escrúpulos como Putin y Trump?

Precisamente la existencia de personas indolentes ante el dolor que provocan, o de instituciones impertérritas ante el daño que infligen a los menos aventajados, nos urge a deliberar en la plaza pública qué vida en común queremos y cómo queremos vivirla sabiéndonos entidades que hemos hecho de la convivencia un destino irrevocable. Que el ser humano haya creado la noción del mal, o de pocos escrúpulos, como indicas en tu pregunta, habla muy bien de él. Todos los comportamientos que presumimos reprobables solo se explican desde una idea de bien que vinculamos con lo más humano del ser humano. Sin embargo, creo que el sesgo de la negatividad nos hace recrearnos mucho en señalar lo aciago de la existencia y nos coarta la imaginación para dedicarla a la ficción ética de encontrar horizontes de mejora. Mi propuesta discursiva es pensar posibilidades, decantarnos por enfoques proactivos y no solo reactivos. No reducir el pensamiento a la indignación que brota ante lo injusto, sino desplegarlo también en configurar futuros inspirados por lo que consideramos admirable.

A menudo se ha tenido la idea de que la filosofía es como una especie de ente intelectual apartado de las necesidades del ser humano, pero este ensayo demuestra que tu texto está al día de todas las vivencias sociales y que no escribes de 'oídas', sino como un investigador que vive en el mundo que le ha tocado vivir, en la sociedad del siglo XXI.

La filosofía es el sustantivo del verbo pensar. Pensamos para acomodarnos en el mundo, vivir de una manera más aproximada a lo que consideramos que debería ser una vida buena. Estos horizontes referenciales que infunden orientación y sosiego solo son posibles a través del pensamiento. Pensar no es una actividad desapegada de la vida, es la condición de posibilidad para vivirla bien.

Durante cinco años has estado viviendo en Tomares y en concreto formaste parte del cuerpo de docentes que impartían el Curso Especialista en Meditación en la Pablo de Olavide. Posteriormente estuviste en el de la Universidad Loyola Andalucía para un curso similar. ¿Cómo resultó esta doble experiencia?

Recuerdo los años que viví en Tomares con mucho cariño. Allí estuve cinco años. Fueron años de mucho estudio y mucha práctica de vida de lo estudiado. La experiencia universitaria me resultó muy fértil. Supuso compartir conocimiento con personas deseosas de recibirlo, pero también supuso adquirirlo de ellas. Disfruté mucho porque el conocimiento se expande cuando entra en contacto con el conocimiento de los demás.

Siendo de Bilbao, ¿te chocó mucho la mentalidad del sur? ¿Cómo viviste ese cambio norte-sur?

Nací en Bilbao, pero he vivido en diferentes lugares. Sólo puedo hablar de mis vivencias, de lo contrario caería en generalizaciones peligrosas. Me he encontrado con personas fantásticas con las que me sentí y me siento muy cómodo y muy querido. Sí he percibido cierta propensión a desdramatizar las cosas, a celebrar la fiesta del mundo cada vez que se da la oportunidad. Celebrar ritualmente lo que nos agrada denota entusiasmo, comunidad, alegría, elementos que facilitan vivir una vida buena. Y a mí me encanta que sea así.

¿Crees que en las zonas del sur como Sevilla es más fácil encontrar la bondad en las personas o eso no depende de las regiones?

No me gusta estereotipar ni atribuir virtudes a nadie por el lugar geográfico en el que ha nacido o en el que reside. Las virtudes se dan en las acciones que una persona decide acometer, y esas acciones a su vez dependen mucho del contexto sociopolítico y económico, la historicidad, la biografía, el repertorio íntimo de predilecciones y aversiones en el que una persona está subsumida. Hay que tener mucho cuidado y mucha precaución cuando se establecen juicios de valor. También mucha bondad. En el ensayo reflexiono mucho sobre este aspecto que denomino bondad discursiva.

¿Sobre qué estás reflexionando en estos últimos meses que pudiera ser el germen de un nuevo libro?

Tengo dos ideas bastante maduras, en realidad siempre dispongo de ideas bullendo en mi cabeza. Me preocupa más encontrar el momento fruitivo de desarrollarlas y convertirlas en escritura. En mi caso escribo para disfrutar del proceso de escribir, corregir, investigar, leer, confrontar, pensar. Si las circunstancias no son las más idóneas para que ese disfrute aparezca en el lapso del proceso, entonces postergo el proceso, porque la tarea creativa pierde su quintaesencia. Creativamente busco la delectación, no la producción. Afortunadamente en breve confluirán las circunstancias adecuadas para ese disfrute.

 
Otras entrevistas:
«Leer no es una forma de matar el tiempo, es una manera de comprender mejor la vida».
«Necesitamos fines en un mundo sobresaturado de medios».
«La pedagogía de la pandemia es colosal».