Mostrando entradas con la etiqueta aprendizaje. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta aprendizaje. Mostrar todas las entradas

viernes, mayo 08, 2020

No estamos en un cuerpo, somos un cuerpo (despedida)



Obra de Richard Kuhn
Este es el último texto que escribiré y publicaré en lo que bauticé hace dos lunas como los viernes de confinamiento. Fue una medida que tomé para estructurar y pautar mis días, relacionarme de una manera más especular y creativa con la recién desprecintada e inédita cuarentena. Además de publicar los martes, como vengo haciendo desde la inauguración de este Espacio Suma NO Cero, adopté la decisión de incorporar también los viernes, un día no elegido arbitrariamente sino como entrada a los días del fin de semana en contraposición a los del resto. Era una táctica de eje referencial para combatir la uniformidad aplastante de un confinamiento que intuía iba a convertir todos los días en una voluminosa masa de tiempo clonado. Decidí que en vez de escribir sobre el nicho temático del confinamiento con el confinamiento periclitado, era más honesto hacerlo en tiempo real para evitar así interpretaciones que probablemente nacerían muy sesgadas por el concurso de la peligrosísima desviación retrospectiva. Solemos evaluar acontecimientos pretéritos utilizando la información que poseemos ahora, pero que era del todo inexistente cuando el instante evaluado estaba acaeciendo. Así germinaron poco a poco los artículos de los viernes que hoy clausuro con este nuevo artefacto textual..





* Este texto aparece íntegramente en el libro editado en papel Acerca de nosotros mismos. Ensayos desde el confinamiento (Editorial CulBuks, 2020). Se puede adquirir aquí.


















Artículos relacionados:

viernes, marzo 27, 2020

¿Aprenderemos algo de todo esto?


Obra de Thomas Ehretsmann
Hace un par de días una lectora me preguntaba si aprenderemos algo de la sobrecogedora situación que estamos viviendo con la pandemia del coronavirus y sus consecuencias colaterales. Todos queremos que esto acabe lo antes posible, y para que acabe pronto nos necesitamos unas y otros, pero a la vez se respira cierto consenso en que cuando llegue la pospandemia no queremos regresar al mundo que nos trajo hasta aquí. Asumir todo esto requiere mucha deliberación y mucha renovación de ideas, y no es fácil hacerlo en condiciones de reclusión forzada y en muchos casos con horizontes vitales sombríos. La amable lectora formulaba su interpelación por escrito, pero era fácil presagiar un aliento descorazonador en sus palabras. Me interrogaba que si tras finiquitar el confinamiento y recuperar ligeramente el tono que tenían nuestras existencias a.c. (abreviación ingeniosísima acuñada por la filósofa Ana Carrasco que evidentemente significa antes del coronavirus), no se nos olvidará lo que ahora nos parece prioritario y supraordinado a todo lo demás. Colocaba en lo más alto de su lista lo sencillo, lo cotidiano, las personas, lo humano. Y agregaba: «Cuando pasan las situaciones difíciles se nos olvida lo pensado y se vuelve a pasar de la reflexión personal, de la humanidad, de la humildad de reconocer que nos necesitamos, otra vez al materialismo, a la lucha por subir rápido a toda costa, al miedo de reconocer las dificultades, a falsear lo que somos y sentimos. A veces creo que los seres humanos estamos programados para autodestruirnos y que no conseguimos interiorizar el aprendizaje para que de forma natural lo pongamos en práctica y seamos mejores personas y mejoremos nuestra sociedad. ¿Por qué será que olvidamos rápido cuando mejoran las circunstancias?». Mi respuesta sorteó rápidamente este esquema derrotista. Traté de explicarle que...


* Este texto aparece íntegramente en el libro editado en papel Acerca de nosotros mismos. Ensayos desde el confinamiento (Editorial CulBuks, 2020).  Se puede adquirir aquí.



 Artículos relacionados:



martes, junio 04, 2019

«Sin ti no soy nada»


Obra de Malcom Liepke
La semana pasada compartí diferentes clases de un extenso curso para licenciados que quieren ampliar posibilidades. En una de esas clases realicé una dinámica muy simple. Consistía en convertir en positivas expresiones enunciadas de un modo negativo. Este ejercicio de contrarreflexión no es tan sencillo como parece a primera vista. Nuestra manera de hablar y por tanto nuestra manera de mirar están imantadas hacia la crítica, la negación, lo destructivo, lo desfavorable, lo dañoso, el no. Esta inercia posee enorme centralidad en el hacer humano, porque nuestro contacto con la realidad está mediado por actos lingüísticos. Los afectos se aprenden a través de procesos de cognición patrocinados por el lenguaje, que luego se depositan en prácticas de vida, y al revés, en prácticas de vida que luego conceptualizamos en un vocabulario convertido en un lugar de experiencia. Una de las expresiones elegidas para la dinámica de la clase vinculaba con la esfera del amor, la celebérrima consigna que anuncia que «sin ti no soy nada». Se trata de una frase rápida supuestamente pronunciada para demostrar la alta calidad del amor, aunque también se emplea para chantajear emocionalmente al otro cuando la relación se tambalea y se dilucida su posible abolición. El amor como surtidor de motivaciones y como creación política me produce mucha curiosidad intelectual. Para hablar con propiedad habría que segregar el amor como sentimiento, deseo, motivación, proyecto afectivo. Sé que estos matices parecen menudencias, pero muchos de los tropiezos que sufrimos y de la incomunicación en la que se asfixian nuestros relatos se deben a la confusión con la que está diseñada nuestra cartografía conceptual. Esta confusión acrecienta la dificultad de que dos personas converjan semánticamente en los mismos significados, aunque manejen exactamente las mismas palabras. 

A la hora de la puesta en común del ejercicio, observé con sorpresa que los alumnos habían intentado convertir la expresión «sin ti no soy nada» con otros enunciados que, lejos de ser positivos, ofrecían angulares negativos o un tanto asépticos. Me llamó la atención uno en particular. Alguien había intentado voltear la frase infiltrándose en otra que aparentemente la mejoraba: «Contigo me completo». Al leerlo en grupo, rápidamente una alumna replicó que si ese enunciado fuera cierto, entonces sin el otro uno habitaba en los imaginarios de la incompletud, lo que inclinaba a una dependencia afectiva mórbida. Acabábamos de desacralizar el relato platónico de la otra mitad de la que una vez nos separaron los dioses. Yo les comenté que hace muchos años refuté este dicho con un sencillo pero emancipador «contigo soy más». Parecen enunciados análogos, pero no lo son. En el primero la ausencia del ser que amamos nos jibariza hasta reducirnos a la nada, en el segundo su presencia nos multiplica como nos multiplica todo aquello que nos dona alegría. La alegría es decir sí a la celebración de la vida, y ese sí suele salir de nosotros cuando nos encontramos inmersos en situaciones que favorecen nuestros intereses. Pocas experiencias son tan multiplicadoras como compartir la vida con alguien que nos atrae y con quien nos sentimos tan dichosos que su felicidad coopera con la nuestra y la nuestra con la suya. Si el amor nos multiplica, esta singularidad es incompatible con el argumento que apunta que el amor hace daño. Los dramas y el dolor no emergen por el amor, sino por el desamor, que es aquella situación en la que uno no es correspondido como le gustaría, o cuando dos personas que se han querido toman caminos diferentes a pesar de que una de ellas querría que no fuese así. Ahí el sufrimiento puede ser insondable por la muy humana razón de que el amor teje sólidos vínculos con lo más integral de nuestro ser. El dolor que provoca la cancelación de una relación sigue siendo una de las vivencias por la que más lágrimas derramamos los seres humanos. 

Entender que el amor es un huésped que entra hasta lo más profundo de nosotros sin llamar, y puede irse sin despedir, no es fácil. Aceptar este reto micropolítico es aceptar que podemos ser rechazados, que podemos sentir las cuchilladas del desamparo. El desamparo duele tanto que muchas veces se intenta reconstruir la relación (he aquí uno de los momentos en los que se cita reactivamente este «sin ti no soy nada»), motivo por el cual se sabotean los tiempos que el duelo requiere para su solidificación. En este escenario es habitual limosnear haciendo concesiones y capitulaciones que conllevan anulación y falta de un autorrespeto que en otro contexto sería intocable. Cuando una relación concluye uno puede sufrir una de las experiencias más sufrientes en la agenda humana, tan dolorosa como la muerte de un ser  querido. Los duelos por fallecimiento difieren de los duelos por una relación finiquitada. En la primera situación no hay expectativa de reconstrucción, en la segunda, puede que sí. Gracias a la discursividad el disenso que canceló la relación puede voltearse en consenso. La expectativa de recuperar lo perdido impide que la herida cauterice. En sus ensayos de antropología del amor, Helen Fisher sugiere que para evitar caer ahí se rompan temporalmente todos los vínculos con la persona amada. La herida no cicatrizará si un miembro del binomio amoroso cree que la relación admite una segunda oportunidad, y la otra parte está convencida de que no, o incluso ya habita en otro relato divergente, pero de vez en cuando alimenta esa expectativa con algún acto que es releído por su expareja como señal de que todo puede volver a recomponerse. Si una persona quiere a otra, y admite la irreversiblidad de la relación, uno de los grandes actos de amor puestos a su disposición es intentar sortear cualquier gesto que sea interpretado como un signo de retorno por parte del otro, en un instante en que este otro se dedica a recolectar ansiosamente todos aquellos indicios que le permitan aferrarse a la esperanza. Otro gesto plausible consiste en que cuando nos digan que sin ti no soy nada, al margen de en qué momento de la relación nos lo digan, objetemos que, a pesar de lo halagador y lo acariciante que resulta para los oídos, no es cierto. Mucho mejor señalar que juntos nos multiplicamos.





Artículos relacionados:
El amor es la víctima (de la precariedad).
Cuando el amor es líquido, el miedo es sólido
Del amor eterno al contrato temporal.