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Obra de Katharine Jung |
A partir del próximo curso la asignatura
de Filosofía desaparecerá del
Bachillerato. Es una aciaga noticia que apuntala el signo de los tiempos. La mayor
característica del mundo contemporáneo es que hemos logrado una exacerbada
tecnificación del mundo, pero emancipada de fines éticos.
Hemos sofisticado los medios (técnica) y simultáneamente hemos desertizado los
fines (ética), y esta tremenda asimetría nos está deshumanizando. La oferta
curricular ha puesto todo su empeño en que sepamos hacer cosas para una vida reducida
a pura empleabilidad, pero ha ido guillotinando
la posibilidad de preguntarnos «para qué». La filósofa norteamericana Martha Nussbaum en su ensayo Sin fines de lucro califica esta
reducción del conocimiento en el ámbito educativo como «educación para la obtención
de renta». El periplo académico privilegia una urdimbre de técnicas destinadas
a la consecución de un empleo, y borra
del paisaje todo vestigio de actividad encaminada a pensar críticamente las cosas. Contemplando el devenir del mundo, parece que el ser humano
ha nacido para ser empleable por encima de todo (y una vez que lo es dedicarse a
optimizar el lucro), y que lo demás es una
inutilidad residual, un incordio que nos roba energía y tiempo y nos descentra de
la tarea principal. Ocurre que todo lo demás es lo que nos hace radicalmente humanos.
El ser humano es el ser que es
capaz de dirigir su propia conducta y dar sentido a su vida a través de fines
que se propone a sí mismo. Lo que nos
distingue de cualquier otro ser vivo es que tenemos capacidad para escoger más
allá de la necesidad y la fatalidad. A nuestro sino biológico hemos incorporado
una segunda naturaleza. Podemos pensar, deliberar, evaluar, decidir, escoger,
qué hacer con nuestra propia vida y cómo organizar los espacios y los
propósitos compartidos con otras vidas. Todos estos pasos son estadios del proceso reflexivo, de la prodigiosa y
exclusiva capacidad del ser humano de pensarse a sí mismo desde la conciencia de
que es un ser que tarde o temprano morirá. Hace poco le leí al profesor de Filosofía Carlos Nieto Blanco en el ensayo Reflexión y humanidad que precisamente
«la filosofía aporta el momento reflexivo del pensamiento humano». Esta
reflexión no es estéril. Se transforma en acción porque el ser humano está
siempre en actitud de elegir y de construir un sentido para su vida. Esa es la
gran función genérica de la filosofía. Nos pensamos a nosotros, pero también
nos pensamos como un ser con los otros, existencias vinculadas a otras
existencias que han hecho de la convivencia un destino irrevocable que toca
articular y perfeccionar día a día. Para esta ingente tarea tenemos que
gestionar emociones, sentimientos y pensamientos que nos ayuden a ver al otro
como un igual, un ser precario y frágil como nosotros que nos necesita igual
que nosotros le necesitamos a él para neutralizar la tremenda precariedad con
que la naturaleza nos ha dotado. Somos vulnerables y precarios, pero podemos aliviarnos entre todos y serlo menos. Ese proyecto es un proyecto ético.
Nuestros sentimientos no vienen dados por la
ley natural, son el resultado de profundas confrontaciones con la realidad tamizadas
por las construcciones culturales y la producción de significados en un momento
de la historia. Necesitamos reflexionar en torno a qué sentimientos queremos promocionar
en nosotros mismos y en nuestros congéneres. Hay sentimientos que nos humanizan
y sentimientos que nos envilecen. Más todavía. La sociabilidad, la ética y el civismo necesitan
la intervención del pensamiento para poder emerger, pero la atomización individualista
que excluye al otro de las deliberaciones o lo utiliza como medio para sus
fines sólo necesita apelar a los instintos. Las Humanidades consisten en desatarnos de ese despotismo que nos anuda a la selva de la que venimos.
Si no queremos volver a ella no nos queda más
remedio que educarnos en la reflexión porque no hay ni
un solo saber técnico que nos ayude en esta tarea. Habrá que recordarlo una vez
más: las Humanidades concentran todo lo que nos mejora. Paul Auster afirmaba
que una novela no cambia el mundo, pero sí cambia nuestra manera de verlo, que
es el prólogo de todo movimiento de mejora. Las Humanidades hablan de nosotros como
seres humanos para conocernos y comprendernos, para pensar, para deliberar, para no admitir
supersticciones ni cegarnos por los dogmas ideológicos o religiosos, para dudar
y comprobar la falibilidad del conocimiento, para establecer lazos afectivos
más sólidos, para ser más justos, para escoger mejor, para disfrutar, para admirar, para establecer
metas, para darle un sentido a la vida. La literatura, la música, el arte, el
cine, el teatro,
la filosofía, son las formas
creativas que nos hemos inventado para manifestar nuestra humanidad. Arrinconarlas y
ningunearlas es empeorarnos paulatinamente. Es deshumanizarnos.
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