Obra de Peter Demezt |
El ser humano es un ser
antropológicamente utópico. La palabra utopía está formada en su etimología por
la negación u y por el sustantivo topos, lugar. Utopía
significa por tanto el no lugar, el lugar que no existe. El término lo
acuñó Tomás Moro para titular su celebérrima obra y a partir de su notable repercusión
se convirtió en un género literario con sus diferentes variantes: utopías,
distopías, retropías. Con el transcurso de los siglos su semántica se ha
subvertido y se ha transfigurado en un adjetivo descalificativo. Es tal su
resignificación contemporánea que señalar a alguien como utópico guarda una
connotación peyorativa. A mí me
llama la atención la paradoja en la que viven los negacionistas utópicos.
Me sorprende este anestesiamiento imaginativo, porque las
ficciones éticas, la imaginería política, la duda filosófica, la innovación
técnica, la creatividad artística, la investigación académica, el progreso
científico, se encaminan permanentemente hacia el no lugar. Todo
creador, todo investigador, es utópico. Su inventiva intenta rebasar a cada
instante las fronteras de lo existente porque considera que lo existente no es
necesariamente lo posible.
La existencia de la utopía
como experimentación de posibilidad nos declara seres creativos, fabuladores,
anticipatorios, valorativos, transformativos, ficcionales. Hace poco le
leí a Martin Seligman un texto en el que aducía que «lo que nos distingue del
resto de animales es nuestra capacidad de imaginar el futuro». Añado que no
solo podemos soñar el futuro, también podemos diseñarlo, inventarlo, crearlo.
José Luis Aranguren en Utopía y libertad
postula que «el ser humano, en su núcleo esencial, es su proyecto ideal y
personal de vida. Y en tanto que pro-yecto, es proyección hacia adelante, hacia
lo que todavía no es, hacia lo utópico». El ser humano es un ser intrépido en
demandar irrealidad para incorporarla a la realidad con el fin de formartearla
y ampliarla. En el ensayo de Yuval Noah Harari Sapiens, De animales a dioses,
uno de los momentos más excitantes de su lectura está en las páginas en las que
se relata la prodigiosa capacidad de los seres humanos por crear ficciones que
generan domesticación en la conducta. En Biografía de la humanidad, J.
A. Marina y Javier Rambaud también insisten en esta idea cuando nos hablan del
cambio que produjo la era axial, la organización política y la invención del
dinero. «Las tres creaciones ayudan a hacer más complejo, expansivo y
eficiente el mundo irreal, las ficciones culturales con las que los sapiens
van a prolongar la realidad y a manejarla». La agencia humana es un dinamismo
impetuoso por hacer existir lo que todavía no existe. Está imantada hacia el
no-lugar, hacía lo que todavía no es.
El ser humano tiene la posibilidad poética y
creativa de inventarse a cada instante, ir hacia el lugar que
todavía no existe para hacerlo existir y para hacerse existir a sí mismo. Con
su praxis intenta hacer de él lo que todavía no es para acabar siéndolo en un
proceso en perpetua revisión, reorganización e inacabamiento. Vivimos en la realidad
pero también en la posibilidad, y esta singularidad hace que llevemos
congénitamente inserto el conflicto entre lo que es y lo que podría ser, entre
lo accesible y lo posible. La utopía guarda un inconmensurable valor funcional
pero también un valor de posicionamiento filosófico. La utopía se yergue como
postura opositora del dogmatismo, del inmovilismo, del fundamentalismo, del
totalitarismo, de lo acrítico y del perfeccionismo como subterfugio para la
parálisis. Es pura mediación teórica para inspirar la deliberación privada, la
discusión pública, la vida política. Una de las definiciones de poder informa
que poder es la capacidad de determinar la conducta de otros. Es la forma más
primaria y superficial de poder. El genuino poder intenta determinar la
voluntad, y el poder en su extremo máximo intenta doblegar esa misma voluntad
pero apuntando a la capacidad de imaginar. La nueva definición que podemos
esbozar sería la que sentencia que «posee poder aquel que es capaz de que
imaginemos lo que él propone y sobre todo que no seamos capaces de imaginar
prácticas y valores que no provengan de su tutelaje». Imposible detentar más poder.
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