Tallas de madera del artista Peter Demezt |
En Tratado de Filosofía Zoom José Antonio Marina abrevia en qué consiste el uso racional de la inteligencia, que es una forma más científica de referirse a la cordura: «Tan solo pretende buscar evidencias que van más allá de las evidencias privadas» Para brincar de la evidencia personal a la evidencia compartida no nos queda más remedio que recurrir al concurso del diálogo. De hecho, hay autores que afirman que el diálogo no es una mera herramienta para la gestión de la comunicación y la persuasión, sino una estructura que hace posible la existencia de la razón comunicativa. Sin diálogo no podríamos entendernos con los demás, no podríamos construir espacios de intersección en los que armonizar la discrepancia, interpelarnos, alcanzar acuerdos, peraltar compromisos. Gracias al diálogo el disenso se convierte en consenso, los intereres incompatibles encuentran recodos de compatibilidad. Estas metamorfosis se alcanzan siempre y cuando en el proceso dialógico intervengan la concordia, la bondad, la cordialidad, la amistad cívica, la consideración, virtudes sin las cuales dialogar se degrada en un estéril intercambio de monólogos.
Una ingente cantidad de problemas de nuestra vida en común no se resuelve ni por la imposición (que puede modificar la conducta pero no la voluntad, con lo que el problema continúa probablemente en estado de latencia) ni votando (que es un juego de suma cero y siempre provoca descontento en alguna de las partes), sino dialogando (que es un juego de suma no cero e intenta satisfacer parcialmente los intereses de todos). Diálogo es un término que proviene del adverbio griego dia, que circula, y del sustantivo logos, palabra, racionalidad, también sentimentalidad, la constelación de afectos que hace que alguien sea una mismidad diferente a todas las demás. Diálogo es por tanto la palabra que circula entre nosotros. El sonido que nace de pronunciar una palabra es, siguiendo a Lledó, aire semántico, es el logos que habitamos y que nos habita, la posibilidad de transmitir nuestra experiencia a través de la oralidad, ese aire organizado en estructuras con significado; o de la escritura, la coagulación del pensamiento en signos y significantes con una carga semántica que permite aspirar a entendernos desplegando la cordura como soporte basal.
¿Y para qué circula esa palabra entre nosotros? ¿Qué fin persigue? La respuesta es taxativa. Hablamos para deliberar y ampliar nuestro conocimiento, para celebrar esa aparente antinomia que consiste en derribar dudas y a la vez levantar otras nuevas. Si no dispusiéramos de logos, de palabra, no podríamos deliberar, la palabra no deambularía, no habría posibilidad de diálogo, no podríamos enriquecernos con las aportaciones argumentativas de los demás. El verbo deliberar proviene del sufijo de y el sustantivo liberare, pesar, es decir, deliberar consiste en colocar metafóricas pesas en los platillos de la balanza a favor o en contra de una idea. El patrimonio de las ideas se incrementa cuando nuestras ideas polinizan con ideas provenientes de otras cosmovisiones. Nuestras palabras se vuelven más atinadas cuando son rebatidas o son refrendadas con las palabras de los demás. Los argumentos se hacen unos con otros en la reflexividad acompañada y se petrifican y empobrecen en la insularidad. La inteligencia se vuelve mucho más inteligente cuando se junta con otras inteligencias a deliberar porque acaricia ideas que por sí misma ni siquiera rozaría. El diálogo es diálogo en el majestuoso instante en que empleamos el impulso creador y transformador de la deliberación para ganar en cordura. Para mejorar en las razones de la razón y las razones del corazón.
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