Hoy me despido temporalmente de todas vosotras
y vosotros. Ha sido mi quinta temporada consecutiva por estos territorios digitales escribiendo y publicando semanalmente cada martes. Quiero daros las gracias por vuestro cariño lector y por compartir
conmigo tanto pública como privadamente vuestras apreciaciones a lo
largo de este curso. Siempre capto mucha amabilidad en los comentarios compartidos e intento responder a todos ellos del mismo modo. Afortunadamente por ahora mis tiempos y el número de interpelaciones me lo permiten. La interacción, tanto para el consenso como para el disenso,
permite ensanchar la perspectiva unidimensional en la que habitamos ordinariamente, y también combatir
esa enorme cantidad de puntos ciegos que se enquistan en nuestra cognición para
debilitarla y esclerotizarla sin que ella misma lo advierta. Por lo tanto resulta muy gratificante generar espacios de intersección para, a través de la polifonía argumentativa, estirar los marcos mentales en los que brotan nuestras ideas y florecen nuestros relatos. Muchas gracias. Para poner punto final a esta
temporada, en vez de enfrentarme a la lechosa pantalla del ordenador y
amontonar palabras sobre palabras como hago todas las mañanas de los martes,
he decidido compartir el artículo más leído de cada uno de los cinco años que
acaba de cumplir este Espacio Suma NO Cero. Es otra forma de conmemorar su Quinto
Aniversario y concluir definitivamente su celebración. En este caso me he decantado por apelar a la
interacción electrónica y no a la desdigitalización que he llevado a cabo estas ajetreadas semanas de conferencias y gratos encuentros personales. Creo que es una muy bonita manera de poner el broche final a la feliz efeméride y a la vez a la quinta temporada.
Los cinco artículos que comparto
aquí no son necesariamente los más leídos del blog, pero cada uno de ellos sí es
el más leído de cada uno de los cinco años. Este pequeño grupúsculo de textos refleja fidedignamente el devenir del
espacio con cada curso clausurado. Al hacer este escrutinio he comprobado los diferentes
hilos de trabajo cognitivo y la disparidad temática de los artículos, mis filias discursivas y
el epicentro de mis deliberaciones. A pesar de la
transdisciplinariedad y de un
lenguaje personal escorado hacia la literatura y la desobediencia con el canon y la estandarización, me hace gracia contemplar en este rápido inventario
que llevo cinco años escribiendo el mismo texto, aunque siempre mostrándolo en
artículos diferentes, acaso para eludir el anquilosamiento y la momificación, o para cultivar la especificidad que solicita todo aquello en lo que posamos la atención y el cuidado prolongados. Asimismo he advertido que mis artefactos textuales se fijan más en la posibilidad que en la realidad, porque al estar instalados en el mundo vivimos en la una y en la otra de manera simultánea, absorbente y fundadora. En alguna ocasión me han objetado esta dualidad, o la han motejado de angelical y buenista, es decir, era el resultado de alguien que ignora el lado inhóspito de la realidad. Si alguna peculiaridad albergan los textos de este espacio, es que rara vez desdeñan los antagonismos y la contradicción, y que distinguen muy bien entre la (discutible) esencialidad de la naturaleza humana y la mutabilidad del comportamiento. Siempre escribo sobre lo segundo. Sin esta mutabilidad, la educación, las humanidades, la ética, la paideia, no tendrían sentido alguno.
Concuerdo con aquellos teóricos y agitadores culturales que afirman que el pensamiento deviene en práctica estéril si no se pone al servicio de la vida. Pensar es acceder a lugares de encuentro en los que se citen evidencias compartidas (siempre en perpetuo estado provisorio) que tienen como respuesta de meta vivir mejor, aprender a hacer algo valioso con la existencia con la que nos encontramos cuando nos nacen, y sentir de tal manera que podamos transformar esta irreductible conyuntura en experiencias privadas y políticas dignas de alegría. No hay vivencia más maravillosa que alegrarse de que alguien exista, y nada más amoroso que alguien se alegre de que existimos nosotros. Basta de circunloquios. Me había propuesto no escribir nada, pero la inercial redacción de los martes ha alumbrado un nuevo texto. Aquí están los artículos que fidelizan estos cinco años de fricción poética entre la escritura y el aprendizaje de vida. Feliz verano. Felices vacaciones. Espero que volvamos a coincidir en el nuevo curso. Un fuerte abrazo.
El artículo más leído de cada temporada:
Sólo se aprende lo que se ama (9. Marzo. 2015)
El título de este artículo es prácticamente el mismo que el del libro
del neurólogo y divulgador científico Francisco Mora, Neuroeducación,
s
ólo se puede aprender aquello que se ama (Alianza Editorial, 2012). En este ensayo Franciso Mora explica cómo funciona
el cerebro en los procesos de aprendizaje y cómo la absorción y la memorización
de estímulos es incomparablemente mayor en contextos de alta intensidad emocional. No es necesario celebrar un festín pantagruélico de emociones, basta con disfrutar. Las emociones
afectan directamente al sistema cognitivo, la cognoción se exacerba con el
advenimiento de emociones positivas tales como el entusiasmo o la amenidad, la memoria se tonifica cuando interactúa con el afecto y la diversión. En el ensayo
Lo que nos pasa por dentro (Destino, 2012),
Eduardo Punset escribe que «la pasión es el combustible de la creatividad». Por supuesto. No hay ni un solo ejemplo en la
historia de la humanidad en el que alguien.... (
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No hay mejor fármaco para el alma que los demás (17. Mayo.
2016)
Hace unos días leí una entrevista
al neuropsiquiatra Boris Cyrulnik, autor de
Las almas
heridas,
Los patitos feos o
Morirse de vergüenza, y
experto en el cada vez más divulgado campo de la resiliencia. La
resiliencia es volver a recuperar y sanar los sentimientos cuarteados
tras recibir una de esas adversidades que nos hacen ovillarnos de
tristeza.
A veces la
realidad nos asesta un golpe tan enfurecido que tras el impacto nos
doblamos y nos encogemos de dolor. Resiliar sería el proceso en el
que poco a poco volvemos a
, metafóricamente, erguirnos
y adaptarnos al nuevo escenario. Resiliar sería volver a
recuperar el aliento, término que también significa alma, esencia,
energía... (
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El amor es una conversación elegante (4. Octubre. 2016)
Una pareja es una unidad formada
por dos personas que entablan una larga conversación. Si la conversación es de
calidad, la pareja prolongará su unión en el tiempo. Si la conversación aparece
deshilachada, el destino de la pareja se deshilvanará no tardando mucho. La
conversación en la que se encarna el amor no necesariamente está exenta de
conflictos, pero la diferencia entre la buena y la mala conversación es que en
la buena la fricción se resuelve inteligentemente y en la mala la discrepancia
se fosiliza peligrosamente. Algunos psicólogos presumen de augurar el futuro de una
pareja en menos de cinco minutos sólo con observar cómo hablaban sus miembros.
También es muy informativa esa estampa en la que una pareja no sólo no mantiene contacto verbal alguno,
sino que ambos miembros... (
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La bondad es el punto más elevado de la inteligencia (2.
Mayo. 2017)
Hace unas semanas escribí que la
bondad es el pináculo de la inteligencia. Es su punto más cenital, el instante
en el que la inteligencia se queda sorprendida de lo
que es capaz de hacer por sí misma. Leo ahora en una entrevista a Richard
Davidson, especialista en neurociencia afectiva, que «la base de un cerebro
sano es la bondad». Suelo definir la bondad como todo curso de acción que
colabora a que la felicidad pueda comparecer en la vida del otro. A veces se hace
acompañar de la generosidad, que surge cuando una persona prefiere disminuir
el nivel de satisfacción de sus intereses a cambio de que el otro amplíe el de los
suyos, y que... (
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Las emociones no tienen inteligencia, los sentimientos sí (17. Julio. 2018)
Sorprende cómo ciertos
términos se instalan rápida y cómodamente en el argumentario
colectivo. El de
inteligencia emocional ha colonizado vastas regiones
disciplinarias y resulta complicado hablar de aspectos vinculados a la
interacción humana sin que alguien no lo traiga a colación. En mi periplo académico como estudiante
de Filosofía no lo escuché ni una sola vez, y eso que muchas asignaturas
deconstruían temas capitales que ahora parecen exclusivos de la inteligencia
emocional. La primera vez que oí este término fue en el departamento de
investigación y desarrollo de una empresa madrileña de formación en la que
entré a trabajar. Eran los años en que Daniel Goleman se convirtió en una
celebridad. Todavía recuerdo el instante... (
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