Existe un tipo de narcisismo que
contraviene el endiosamiento y la arrogancia que presuponemos en la persona
narcisista. La primera vez que escuché hablar de él fue a una
amiga profesora de Filosofía. Departíamos de un amigo común empecinado en
sumergirse en un autodesprecio en el que no había ni un ápice de clemencia
hacia sí mismo. No era algo impostado ni teatralizado. Se trataba de una mortificación
tan sincera como omniabarcante que le fragilizaba la autoestima y convertía a los habitantes del todo social en hipotéticos detractores de su persona. Cualquier comentario lo releía
como un humillante ataque personal, y solía responderlo con una
animosidad desproporcionada. Se enervaba si alguien le ofrecía ideas lenitivas
para ayudarle a sobrellevar sus tribulaciones al entender que le estaban
deslegitimando su sufrimiento. Atribuía mala intención donde nuestra mirada veía el flujo cotidiano de las interacciones humanas. Dicotomizaba sus juicios.
Derrochaba cantidades ingentes de energía psíquica en fantasear con ideas conspiratorias en las que él era el protagonista de un
relato atestado de hostilidad. Su estrategia para combatir la tristeza era
monotematizar concienzudamente su conversación con la misma tristeza especulativa de la que quería
segregarse. Los planes que le compartíamos para que saliera de su insularidad los boicoteaba con la inconcrección de sus evasivas. Frente a la acción que le proponíamos, se atrincherara en una parsimoniosa irresolución como puerta de acceso a un pensar que estimulaba la misma mortificación que intentábamos drenar y que él volvía a reforzar como irredimible para pretextar su inacción. Mi amiga me confesó algo que no he olvidado. «Nuestro amigo
es muy narcisista». Aquel día se le olvidó agregar un epíteto. Nuestro amigo era un
narcisista vulnerable.
Los narcisistas vulnerables viven
sometidos bajo la férula de una conciencia excesivamente centrada en sí misma. Este es el motivo de conceptualizarlos como narcisistas. Son sujetos que se erigen a sí mismos en su propio y ubicuo objeto de análisis. Cuando ocurre esta deriva es sencillo precipitarse en la entropía, el
desorden que provoca una conciencia excesivamente atenta a sí misma, y sobre
todo desentendida con todo aquello que no sea ella. El pensamiento es triste, escribió Machado, pero intuyo que lo que quiso decir realmente con una frase tan breve como lapidaria es que la sobreexposición de pensamiento introspectivo fulmina con la zozobra y la absurdidad a quien no le pone restricciones. La persona narcisista vulnerable está
parasitada por una preocupación minuciosamente rumiante de sí misma,
lo que intensifica la propia preocupación y genera un alarmante circulo vicioso que finalmente lo desemboca en una miscelánea de desazón y depreciación autoperceptiva. Esta minusvaloración convierte su preocupación en irresoluble, lo que le inspira a analizarla de
nuevo, así en un proceso que en cada nueva rotación se
vuelve más distorsionador, doliente e insoluble. Estos son los engranajes de una entropía perfecta.
Ante una situación
así recuerdo la prescripción que compartía Bertrand Russell en La
conquista de la felicidad. Se puede epitomizar en el sano olvido de uno mismo.
Este olvido consiste en colocar más a menudo nuestra atención en las afueras
de nuestra persona, ejecutar actividades comunitarias, fomentar situaciones de afinidad electiva y dimensión cooperativa, mirar paisajísticamente la heterogénea realidad social, disponer de sensatos puntos de referencia que ayuden a reubicar nuestras cuitas, generar espacios y tiempos para cultivar los afectos y estrechar con imaginario y estrategias colectivas la vulnerabilidad humana, tomar
sentida conciencia del gigantesco tamaño de nuestra insignificancia para redirigir nuestra mirada valorativa, dotarnos de un propósito significativo que podamos compartir con los demás. La
literatura de autoayuda y el neoliberalismo sentimental propugnan justo lo
contrario, y de este modo cronifican este narcisismo vulnerable. Insisten en la capacidad autárquica del individuo y por lo tanto en
el autoanálisis y la autoevaluación personal como herramientas correctoras. Combaten la flagelación personal con mecanismos que acaban intensificándola. Como además patologizan la tristeza y la indignación, reducen la tristeza a una falla interior, y la injusticia a una fragilidad psicológica para aceptar la realidad. La mejor analgesia para los trasuntos del alma
es la presencia cuidadora de los demás. Las personas somos oxígeno para las personas. Esta presencia prójima exige mirada política,
deliberación social, soluciones relacionales. Son tres grandes adversarios del
narcisismo en cualquiera de sus dos direcciones. La megalómana y la retraída.
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