Mostrando entradas con la etiqueta cuidados. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta cuidados. Mostrar todas las entradas

martes, noviembre 30, 2021

Si pensamos bien, nos cuidamos

Cuidar y ser cuidado es lo más humano de todas las actividades posibles que concita la experiencia de estar vivo durante un tracto de tiempo que llamamos existencia. Defino como humana la conducta en la que una persona se preocupa de otra persona, y por humanidad la cualidad por la que nos sentimos concernidos por nuestros semejantes, sobre todo cuando nos conduelen quienes están en una situación desfavorecida, de vulnerabilidad, riesgo o pobreza. La semana pasada asistí a un conversatorio con la escritora Carolina León en el que nos habló de su ensayo Trincheras permanentes, un  trabajo editado hace unos años en el que indagaba sobre la naturaleza política de los cuidados, cuando hablar políticamente de cuidados era una rareza y todavía los cuidados como objetjo de reflexión no vivían el actual apogeo acreditado por la simultánea publicación de La ciudad de los cuidados de la arquitecta Izaskun Chinchilla, Tiempo de cuidados de la filósofa Victoria Camps, La revolución de los cuidados de la activista  María Llopis, El trabajo de cuidados de la economista Cristina Carrasco, la historiadora Cristina Borderías y la socióloga Teresa Torns, Manifiesto de los cuidados de The Care Collective, o la brillante e introspectiva novela cuya lectura recomiendo Llévame a casa de Jesús Carrasco, un fresco psicológico sobre el cuidado filial de las figuras progenitoras. Toda esta copiosa producción bibliográfica indica que los cuidados empiezan a ocupar el lugar nuclear que se merecen en la conversación pública.

En el conversatorio participé comentando muy brevemente que los seres humanos somos seres vulnerables. Nuestra vulnerabilidad es una condición ontológica, frente a la precariedad, que es una condición social que desvela con dolorosa elocuencia qué decisiones políticas se adoptan en la regulación de la vida en común. Si la vulnerabilidad (otros autores hablan de afectabilidad, término que me resulta muy apropiado, o receptividad, como sostiene el filósofo Xabier Etxeberría) es fundente al acontecimiento de existir, cuidarnos unas y otros es una actividad indisoluble de la esfera humana. La asociación de la vida con el cuidado no es accesoria, es absolutamente central. Nuestra vulnerabilidad ubica a los cuidados en el núcleo del núcleo. Cuidarnos es la actitud adecuada ante la vulnerabilidad de lo valioso, escribe en uno de sus ensayos José Antonio Marina. Me adscribo a esta definición, porque no hay nada más valioso que disponer de una existencia, valor que va acrecentándose cuando con el transcurrir de los años tomamos vívida conciencia de su finitud, de que la vida es caduca y de que llegará un día en que culmine su propia disolución. No deja de resultar sorprendente que la tercera acepción de cuidar sea pensar. Si pensamos bien, cuidamos y nos cuidamos. Si pensamos mal, nos descuidamos.

El discuso contrahegemónico y sus contranarrativas más lúcidas han entendido muy bien que el auténtico diálogo que nos interpela humanamente se focaliza en la elección entre la motivación extractora del capital o la provisión de cuidados, y lo han colocado en el centro de la mesa de análisis. Cualquier tema vinculado con lo humano no puede dejar de lado los cuidados sin que la deliberación quede escamoteada. Entre el capital y los cuidados se libra el sentido de la vida compartida, y quién posea hegemonía sobre quién de entre estos dos polos de tensión en las decisiones políticas determinará qué entendemos por vida humana y cómo vamos a orquestar socialmente la vida. En tanto que necesidad común a cualquiera de los que conformamos el rebaño humano, urge la politización del cuidado y la configuración de resistencias contra su privatización. Igual que tenemos derecho a acceder a la justicia, deberíamos tenerlo asimismo a ser cuidados por el maravilloso hecho de ser una existencia, algo tan valioso por lo que nos atribuimos dignidad y que por tanto debe ser velado y atendido con institucional mimo. Nuestra interdependencia nos convoca a establecer potentes sistemas asistenciales para que la existencia con la que nos encontramos cuando nos nacieron sea lo más apacible posible, y por un simple efecto de vasos comunicantes lo sea también para los demás con los que formamos la membrana comunitaria. Hablar de una existencia humana es hablar de un cuerpo que precisa mucha atención y mucha diligencia, de un entramado afectivo que demanda respeto y consideración, y de una dignidad que para poder desplegarse  requiere el cumplimiento íntegro de los Derechos Humanos. Desatender esta tríada es no pensar. O discurrir por lugares que descuidan el tesoro más preciado que poseemos.


* Esta tarde a las 19:30 horas hablaré de estos y otros temas en el encuentro literario que mantendré en la Librería-Café La Llocura de Mieres, Asturias. 


 

Artículos relacionados:

 

 

martes, septiembre 28, 2021

Pensar qué cuidar cuando pensamos cómo cuidarnos

Obra de James Coates

La semana pasada hablaba con un amigo de la copiosa producción bibliográfica en torno a los cuidados. Había bajado al Retiro a darme una vuelta por la Feria del Libro y me sorprendió muy gratamente el aluvión de referencias editoriales que han hecho del cuidado su reflexión nuclear. Entre otros ahí están los trabajos de Victoria Camps (Tiempo de cuidados), Adela Cortina (Ética cosmopolita), Jesús Carrasco (la novela Llévame a casa), María Llopis (La revolución de los cuidados), Juanjo Sáez ( la también novela Para los míos), Aurelio Arteta (A fin de cuentas, nuevo cuaderno de la vejez), Remedios Zafra (Frágiles), Izaskun Chinchilla (La ciudad de los cuidados), Ana Urrutia (Cuidar), El manifiesto de los cuidados (escrito coralmente por The Care Collective y traducido por Javier Sáez del Alamo para Bellaterra), El trabajo de cuidados, historia teoría y políticas (obra coordinada por Cristina Carrasco, Cristina Borderías y Teresa Torns). Toda esta prodigalidad de artefactos textuales sobre los cuidados es una gran noticia que debería congratularnos. El motivo es sencillo. Los imaginarios se configuran mucho antes que su implantación en la realidad, son lo que antecede a lo que luego acontece. Estoy seguro de que mucho de lo que se está pensando ahora sobre la centralidad de los cuidados, y que fuera de los márgenes resulta revolucionario, formará parte de la cotidianidad dentro de un tiempo.

Quienes devalúan la actividad reflexiva dedicada a imaginar posibilidades tildándola de quimérica suelen ignorar que el mundo que ahora vivimos es el mundo que imaginaron quienes nos preceden; un mundo, y esto conviene remarcarlo, que sin embargo ellas y ellos no vivieron. Tenemos el deber humano de devolver ese préstamo a estas personas ya muertas imaginando otros mundos posibles que mejoren el actual para que los puedan vivir quienes aún no han nacido. Recuerdo ahora el ensayo de Alberto Santamaría, En los límites de lo posible. Quebrantar deliberativamente esos límites, refutar las narrativas que se autoatribuyen el monopolio del sentido común, es probablemente el mayor acto de disidencia al que podamos aspirar. Basta leer relatos distópicos para constatar que la primera estrategia política de cualquier sátrapa o de cualquier institución totalitaria es atrofiar la imaginación y corromper el lenguaje con el que los seres humanos inventamos los conceptos que dan forma al mundo que nos gustaría habitar. A mí me gusta decir que al futuro se llega mucho antes con el pensamiento que con los pies. Quien niega este orden niega la capacidad radicalmente humana de inventar posibilidades, el acto fundante a través del cual alguien piensa en lo que no existe para hacerlo existir. La gran singularidad del animal humano es que habita en ficciones, y las ficciones son configuraciones empalabradas que orientan la movilidad de nuestros sentimientos, nuestras decisiones y nuestro comportamiento.

Escribo este extenso preámbulo porque pensar sobre los cuidados entreteje una urdimbre de ideaciones sobre el cuidado que poco a poco irán permeando en los imaginarios que inspira la conversación pública. La política es organizar la convivencia, pero también es trasladar las ideas a la acción. Para exportar una idea a la práctica previamente hay que incubar la idea, de ahí que problematizar sobre el cuidado es un paso irrevocable para que algún día la política se preocupe del cuidado con la monumental relevancia que este hecho se merece en la agenda humana. Esta mañana he empezado a leer El manifiesto de los cuidados, la política de la interdependencia. Casualmente mañana miércoles tengo una presentación en Santiago de Compostela en la que me resultará ineluctable hablar de interdependencia, cómo precisamente ser sujetos interdependientes es lo que nos permite ser autónomos. Mi posicionamiento  es que cuidar la ética de máximos es el desiderátum del cuidado, que por supuesto requiere el cumplimiento estricto de la ética de mínimos. Cuidar los mínimos, el marco común en el que se despliega la convivencia (Justicia), es vital para cuidar los máximos, que cada quien se brinde de sentido con su inventario de preferencias y contrapreferencias (Alegría). Frente a las industrias del yo y del neoliberalismo sentimental que privatizan el cuidado a través de procesos de resiliencia, superación personal, o competición por el acceso al mercado laboral como única forma de obtener ingresos, rearticularnos como ciudadanos obligados a pensar colectivamente en soluciones políticas a problemas estructurales (cuidarnos es el más estructural de todos), incidir en nuestra interdependencia, recordar que la vida humana es humana porque es compartida, y que nuestros ancestros tribales la compartieron porque vivir juntos permitía el acceso a vivir bien, es decir, a dedicar la existencia a cuestiones que afortunadamente estaban muy por encima de la supervivencia. Pensar y cuidar son sinónimos, como lo indica el diccionario de la Real Academia. Pensar bien es reorganizar prioridades y asentir que el cuidado común es la más excelsa de todas las que forman parte de la preocupación humana. Si admitimos esta premisa, avanzaríamos mucho en el establecimiento de estrategias para que todas y todos podamos acceder a una vida buena. El motivo último por el que cuidarnos ha de ser tratado como un derecho y un deber. 

 

    Artículos relacionados:

 

 

martes, marzo 09, 2021

Feminismo no es lo contrario a machismo

Obra de Mathis Miles Williams

En una ocasión una mujer me lanzó una pregunta indagadora. «¿Eres feminista?», me inquirió inesperadamente porque la conversación llevaba adentrada en otros asuntos y no anticipaba este giro temático. A pesar de que acogí la interrogación con cierta sensación de extemporaneidad, le respondí: «No concibo que nadie bien educado afectiva y cognitivamente no lo sea». Adherirse a los postulados del feminismo no debería bonificar en el mundo de las relaciones, pero no secundarlos descualifica para entablar interacciones dignas e igualitarias. Desde las industrias persuasoras hegemónicas se ha polarizado un debate en el que se relee el feminismo como lo contrario al machismo, y no es así. Machismo es el conjunto de comportamientos y valores destinados a devaluar y degradar a las mujeres por el hecho de ser mujeres. Feminismo es aceptar que el hecho de que hombres y mujeres seamos diferentes no legitima ningún motivo de desigualdad. Las disimilitudes biológicas no deberían habilitar disparidades normativas, jurídicas y comportamentales. Formalmente no ocurre, pero sí en la práctica. Ayer 8M, Día de la Mujer Trabajadora, no celebrábamos ni festejábamos la existencia de la mujer, como escuché afirmar a algunas voces acríticas, sino que conmemoramos esta fecha de enorme significado histórico para vindicar los derechos, oportunidades y libertades de las mujeres.  

Es un día en el que se visibiliza la desigualdad y se insiste en la erradicación de este trato basado en relatos patriarcales cargados de animadversión prejuiciosa hacia la mujer y en la perpetuación de privilegios materiales y narrativos para el hombre. A veces se nos olvida, pero el Día Internacional de la Mujer se ubica el 8 de marzo porque este mismo día, en 1857, varios miles de mujeres que trabajaban en la industria textil se manifestaron en las calles de Nueva York para exigir salarios menos miserables y condiciones laborales más humanas. La brutalidad policial para disolverlas mató a ciento viente de aquellas mujeres que pensaban e imaginaban un mundo más equitativo. El lema de esa germinal manifestación fue Pan y rosas. El pan simbolizando la seguridad económica, las rosas metaforizando una existencia mejor. Recuerdo el 8M del año pasado. Se enarbolaban muchísimas vindicaciones, pero todas apelaban a lo justo y a su pugna en el caso de su incumplimiento, a subvertir que ser mujer sea un destino con sumisiones predefinidas por un código de valoración que las deprecia. Una chica muy joven levantaba una pancarta en la que se podía leer: «Nos ha salido feminista. No, os he salido de la jaula». Una mujer octogenaria empuñaba otra con un texto inteligente y muy bondadoso: «Lo que no tuve para mí que sea para vosotras»

El enorme excedente de población desempleada es necesario para producir precariedad y explotación en los trabajadores que están dentro del mercado laboral, y a la vez crear pesadumbre entre los que están fuera, que se convierten en inevitable elemento de comparación y potente fuente de sumisión para sus antagonistas. Este paisaje de residualidad desoladora que habla tan mal de nuestra forma de organizar la vida en común se hipertrofia si quienes lo habitan son mujeres. Ser mujer es padecer un ecosistema laboral protagonizado por la brecha salarial (discriminación y devaluación retributiva en torno a un 23% por ser mujer), segregación horizontal (desempeño de empleos con remuneración y valor social inferiores), segregación vertical (escasez de puestos de responsabilidad y dificultad adicional para conseguirlos), subempleo (ocupación de empleos de inferior categoría a la acreditada por la titulación), techo de cristal (barreras disociadas de las competencias y el conocimiento con las que se encuentran las mujeres para la promoción profesional y el ascenso a las masculinizadas cúpulas corporativas), monopolio de los trabajos domésticos y de cuidados con elevadísimos porcentajes de economía sumergida, penalización tácita por la necesidad de conciliar ante la posibilidad de crear vida (criaturas) y sostener vida (cuidarlas y atender a personas dependientes). 

Además de esta retahíla de discriminaciones que concurren en la esfera laboral, las mujeres son las encargadas mayoritariamente de la absorción de las tareas del hogar básicas para que la producción disponga de mano de obra bien alimentada, descansada, limpia y cultivada. Si se contabiliza el trabajo remunerado (empleo) y el no remunerado, las mujeres trabajan más horas al día que los hombres, lo que no obsta para que sus ingresos sean mucho más exiguos. Más todavía. «De todos los factores que pueden incidir en el hecho de que un ser humano sea pobre, ninguno influye tanto como ser mujer», es decir, existe una feminización de la pobreza. Ante tanta injusticia, posicionarnos con el feminismo debería naturalizarse en la deliberación y en el comportamiento. Y con el hábito convertirse en un deber humano para extender nuestra humanización siempre en curso.


  Artículos relacionados:

 


martes, mayo 21, 2019

«Es una buena persona», el mayor elogio en el vocabulario humano


Obra de David Jon Kassan
Me llama mucho la atención cómo las grandes virtudes de la agenda humana tienden a ser sinónimas. A medida que he profundizado en el estudio y la indagación del entramado afectivo que nos constituye como subjetividades autónomas e interdependientes a la vez, he podido comprobar que las palabras vinculadas con la excelencia del comportamiento tienden  a formar una red prácticamente sinónima. El significado de una palabra da sustento semántico a otra, pero esta otra hace lo mismo con la primera. Pienso en términos como cuidado, amor, amparo, compasión, bondad, amabilidad,  respeto, admiración, consideración. Empecemos a desgranar estas palabras para esclarecer en qué lugares y en qué ficciones éticas nos depositan cada vez que las pronunciamos y nos pronuncian. En El aprendizaje de la sabiduría, José Antonio Marina comparte una preciosa descripción del cuidado. «Cuidar a otra persona es prestar atención a sus sentimientos, procurar ayudarle en sus problemas y estar interesado no solo en su bienestar, sino en su progreso, dos componentes de la felicidad». Casi setenta páginas después Marina vuelve a posar su mirada sobre el cuidado: «Cuidar es la actitud adecuada ante la vulnerabilidad de lo valioso». En su sentido prístino, el amor no vinculaba con la atracción física ni con la sexualidad, sino con el cuidado, con la protección de la fragilidad y la precariedad que supone haber sido nacido y colocado en una existencia con la que no nos queda más remedio que hacer algo hasta que se termine. El amor es la responsabilidad de que un yo cuide de un tú, una responsabilidad facultativa inspirada por las inercias del afecto. 

Cuidar, amar y amparar son verbos que indican tareas homólogas. El amparo es acoger al otro y guarecerlo de las intemperies que sitian la debilidad humana, pero cuidar, como se ha colegido antes, significa exactamente lo mismo. Estamos empezando a vislumbrar la sinonimia de las grandes palabras. La conducta que catalogamos como humana es aquella en la que uno se preocupa del otro, es decir, lo ampara y lo cuida para amortiguar su condición frangible, la de un ser menesteroso que no se basta a sí mismo ante el indomable tamaño de las dificultades anexadas a estar vivo. Al cuidarlo es bondadoso, porque la bondad consiste en cuidar y ampliar las posibilidades para que el bienestar y la tranquilidad comparezcan en la vida del otro. Esta donación de ayuda surge porque el receptor es considerado valioso, un sujeto portador de dignidad, el valor común que nos hemos arrogado los seres humanos a nosotros mismos por el hecho de ser seres humanos. Somos valiosos y tenemos dignidad porque una vez derrocada la necesidad podemos elegir libremente. Entre todo el repertorio de elecciones puesto a nuestra disposición, la más sublime de todas es la de los fines con los que dotar de sentido nuestra vida. Cuando cuido esa dignidad soy considerado y respetuoso con esa persona y, en tanto que me merece respeto, la incluyo en las mediaciones reflexivas en las que me pienso yo, puesto que mi mismidad está configurada de los lazos que me anudan a esa mismidad y al resto de mismidades con las que comparto la aventura humana. Cuando el otro no está bien cuidado, y mi alfabetización sentimental y la racionalidad ética están bien estructuradas e interiorizadas, siento compasión, el sentimiento en el que el dolor del otro me duele, y al dolerme elaboro planes de acción para neutralizarlo o erradicarlo de su cuerpo, o de su vida. Compartir el dolor atenúa el dolor, pero sentir su titularidad propende a neutralizar las causas. El lenguaje común nos dice que si la contemplación del sufrimiento de un semejante nos araña y nos punza, estamos siendo radicalmente humanos en nuestro proceder. Cuando mostramos imperturbabilidad o inatención ante el dolor del prójimo, el lenguaje sanciona esa conducta como inhumana.  

Cuando actúo compasivamente lo hago con amor, porque insisto que el amor es cuidar al otro, y cuidar al otro es estimar su dignidad, y atender su dignidad es la máxima representación de humanidad, que es el resumen en el que el otro me preocupa, y por ello le concedo atención, cuidado y respeto.  Este respeto es inseparable de la amabilidad, el modo en el que nos sentimos concernidos por nuestros congéneres para que nuestros actos hagan su vida más grata. Cuando se comportan respetuosa y afablemente con nosotros, tendemos a responder con agradecimiento, que es la respuesta con la que devolvemos el cuidado y la amabilidad recibidos. He aquí la intercambiabilidad de las palabras referidas a lo más humano de la vida humana, que precisamente es humana porque es compartida de un modo nodal. Todo es sinónimo de todo, y por eso toda reflexión que se sumerja en lo más profundo de nuestra vulnerabilidad se acaba explicando con la sencillez aplastante de las tautologías. También recurriendo al lenguaje de lo cotidiano, que alberga expresiones de una insondabilidad sobrecogedora y consigue que el papiltar de la vida se encapsule en expresiones de una asombrosa llaneza acientífica, inalcanzable para el lenguaje de la ortodoxia y el conocimiento. Cuando una persona incorpora a su conducta todo el mosaico de virtudes y sentimientos que he tratado de explicar aquí, entonces ese lenguaje sencillo nos permite decir que estamos delante de una buena persona. Yo, que me jacto de traficar con volúmenes ingentes de palabras, no conozco un elogio más grande y más bello. Quizá tampoco otro más emocionante.



Nota: Esta tarde pronunciaré una conferencia en el Círculo Mercantil de Sevilla a las ocho de la tarde con motivo del Quinto Aniversario de este blog. Hablaré de estas y otras reflexiones depositadas aquí a lo largo de estos cinco años. Estáis invitados. 



Artículos relacionados: