Entrevista publicada originalmente en Cultura Inquieta (11.Julio.2024)
Redacción y fotografía realizadas por Eimi Gond
José Miguel Valle es filósofo, docente e investigador independiente. Su campo de
reflexión son las interacciones humanas. Es autor de varios ensayos sobre «el
animal que habla cuando habla con otros animales que también hablan». Cada
martes se puede leer un nuevo artículo en su blog Espacio Suma NO Cero.
La insólita historia ocurrida con uno de esos artículos es la base del recién
publicado libro La bondad es el punto más elevado de la inteligencia (Alvarellos Editora).
Conversamos con él acerca de este ensayo y las ideas principales que
aborda.
Buenas, José Miguel,
un gusto volver a coincidir. Esta vez hablamos sobre tu nuevo libro acerca de
la bondad, ¿Cómo surgió la idea de escribir un ensayo sobre este tema?
Es un placer volver a coincidir, Eimi. La intrahistoria de este libro
tiene su origen hace unas temporadas cuando escribí y publiqué en mi blog el
artículo La bondad es el punto más
elevado de la inteligencia. En menos de una semana el artículo recibió más
de un millón de visitas, una cifra estrafosférica en comparación con el resto de
textos. En aquellos días el artículo se compartió y se reprodujo por un sinfín
de lugares, a la vez que muchas personas contactaron conmigo para expresarme el
disfrute de su lectura o para compartir ideas personales suscitadas por el
texto. Este fenómeno viral me dejó tan perplejo e intrigado que comencé a
interrogarme qué podía haberlo ocasionado, y por qué.
¿Podría ser que la
bondad nos atrae en sí misma?
He comprobado que cada vez que se comparte en las pantallas algo
asociado a la bondad la gente presta muchísima atención. Es un tema que
interpela y moviliza. En el caso de mi artículo, creo que el hecho de emparejar
la bondad con la inteligencia tuvo mucho que ver con su viralización. En el ensayo
explico cómo ambas dimensiones acaban convergiendo en un mismo punto. También juego
con la hipótesis de que parte del atractivo del texto pudo recaer en que desligué
la bondad de cualquier credo religioso, y la simplifiqué hasta la tautología: como
todo lo que consiste en hacer, para actuar bondadosamente basta con poner en
práctica la bondad.
Leo que «la bondad
es la acción más inteligente de entre todas las que podemos elegir».
Sostengo que la bondad y todos sus correlatos tanto éticos como
sentimentales son la maximización de la racionalidad, que es una manera de
nominar a la inteligencia cooperadora en marcos de interdependencia. Hay que
remarcar que ninguna persona existe al margen de las demás, que su existencia
es el resultado del ensamblaje con otras existencias. Nuestra persona es una
posición y a la vez una intersección. Necesitaría más tiempo para explicarme,
pero creo que en el libro desgrano suficientes argumentos que apuntalan que
actuar con bondad es una praxis netamente inteligente. Para afirmar algo así de
tajante parto de que todas y todos somos seres afectivos, vulnerables y
mortales, lo que exige altura de miras para urdir estrategias de cuidado sobre
lo común y de atención mutua.
Cuando el artículo
se publicó aquí en Cultura Inquieta, se repitió el fenómeno viral.
Un tiempo después de la viralización vivida en el bog, Cultura
Inquieta contactó conmigo para publicar “La bondad es el punto más elevado de
la inteligencia”. Las cifras volvieron a dispararse, el texto vivió una segunda
viralización. Retomé la investigación de por qué a las personas nos seduce tanto
todo lo relacionado con la bondad. Por los muchos comentarios que compartieron
conmigo quienes leyeron el artículo, algunos de los cuales aparecen ahora en el
libro, una posible respuesta que encontré es que estamos ávidos de bondad, es
decir, estamos exhaustos de un modelo de vida tecnofrenético obsesionado con la
productividad y la rentabilidad monetaria, y muy desatento con lo humano. Aspiramos
a otras maneras más sensatas y más disfrutables de organizar la existencia. En
el capítulo final abordo ideas, sobre todo qué formas de sentir y vincularnos favorecen
que nos tratemos de un modo más bondadoso, más atento, más afín a la dignidad
de la que toda persona es titular.
He leído que «hacer
el bien sienta bien», y escribes que esta afimación tendría que abrir todos los
informativos.
Quien actúa bondadosamente recibe la gratificación inserta en el
despliegue de la propia acción. Es maravilloso comprobar que cuando colaboramos
al bienestar y el bienser de los demás nos sentimos reconfortados. Cuando nos
sentimos bien propendemos a repetir la acción, lo que nos hace sentirnos
todavía mejor, incentivo que alienta volverla a repetir. He aquí la estructura
de un hábito, palabra clave en el vocabulario ético, y una forma de que la
alegría nos regale esa energía sin la cual es díficil emprender ningún
propósito elevado.
Si es así, entonces
¿por qué nos cuesta tanto ser bondadosos?
La pregunta que me formulas la plantearon numerosas personas lectoras
los días en que el artículo se propagó por la metrópolis digital. De hecho,
tanto la pregunta como algunas de las respuestas están recogidas en el libro.
Solemos poner en cuestión la bondad porque la releemos de manera privada y parcial,
es decir, como un coste personal que quizá no nos dispense reembolso alguno,
pero es un criterio poco afortunado porque nos cierra los ojos a la visión
colectiva, que es el epicentro de la bondad.
¿Quizá por eso defiendes
que «la expresión política de la bondad es la justicia»?
Actuar y pensar bondadosamente desemboca en una idea de justicia que
tiene en cuenta a los demás como entidades valiosas. De este modo, la bondad se
desromantiza y se politiza, es decir, opera en el espacio y las necesidades
compartidas. Esa es la noción de bondad que defiendo en el libro, la que no se
detiene en el círculo de proximidad y vindica lo justo en cualquiera de los
círculos humanos.
El libro consta de
tres capítulos, los dos primeros son como una crónica, pero el tercero es pura
reflexión.
Dediqué mucho tiempo a hibridar el relato de no ficción con el ensayo.
No quería que el libro fuera ni lo uno ni lo otro. Moverme por esas zonas fronterizas
y zizagueantes no fue sencillo, pero estoy muy contento con el resultado final
de ese juego literario.
En ese último
capítulo te dedicas a explicar pormenorizadamente una serie de conceptos sin
los cuales no es posible hablar de la bondad.
Pensar es aportar esclarecimiento sobre abstracciones que más temprano
que tarde dan lugar a acciones, y para ello es imprescindible detallar. Sin
matices el ejercicio filosófico no podría existir. El último capítulo es una
loa a las palabras que nos humanizan, y sobre todo una reivindicación a no
proferirlas en vano para que no devengan en pronunciamientos sin capacidad
movilizadora.
Algo que quieras
añadir para terminar.
Cuando pronuncio conferencias o imparto cursos compruebo que tenemos
mucha desorientación sobre nuestras propias posibilidades afectivas y
políticas. Si tuviera que sintetizar el contenido de este libro diría que es
una invitación a imaginar posibilidades, otras maneras de articular algo tan
fascinante como el acontecimiento interdependiente de existir. Necesitamos que
prendan sentimientos buenos en nuestro interior para llegar a ser ciudadanía justa
en el exterior.
Muchas gracias.
Gracias a ti y a Cultura Inquieta.
El libro La bondad es el punto más elevado de la inteligencia se puede adquirir en cualquier librería, y también en la tienda de la editorial Alvarellos. Se puede acceder haciendo clic aquí.
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